Una fría noche de tormenta

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   El viento agitaba las ramas con mucha fuerza, desbocado. El cielo era completamente gris, salvo por los grandes destellos de luz que surcaban el cielo en forma de rallos, dejando tras de sí un fuerte estruendo que hacía retumbar ligeramente las paredes del castillo. La lluvia chocaba escandalosamente contra la ventana. Y todo eso a Remus le daba exactamente igual. Ni la mayor de las tormentas podría distraerle de aquella interesante lectura en la que llevaba horas enfrascado. Era fascinante.

   Un trueno mucho mas fuerte que los anteriores le indicó que la tormenta no tenía intenciones de detenerse, y Remus frunció el ceño molesto. Pero la molestia se convirtió en estupefacción al escuchar un sollozo provenir de la cama a su izquierda. La cama de Sirius. Pero eso no era posible, lo habría escuchado mal, tal vez era Peter quien lloraba. abrió ligeramente la cortina para mirar a la cama de Colagusano, que dormía a pierna suelta y con expresión tranquila. A lo mejor se lo había imaginado. 

   Justo cuando iba a retomar su lectura lo volvió a escuchar. Sin lugar a dudas era la cama de Sirius. El castaño se levanto desconcertado y se acercó a esta, que tenía las cortinas echadas. Cuando las abrió su corazón se retorció de dolor al ver a Sirius. Estaba sentado en su cama con la espalda pegada a la pared, la cabeza entre sus rodillas apoyada sobre un peluche de un osito, con el pelo desparramado, la piel cubierta de sudor y las piernas llenas de marcas en forma de media luna. Al mirar las manos de Sirius vio que parte de sus uñas se encontraban manchadas de sangre.

   En el instante en que sus ojos chocaron con los de su amigo se dio cuenta de que sólo había una tormenta que le haría dejar de lado una lectura. La tormenta que los ojos de Sirius enjaulaban. Los ojos grises de Sirius dejaban caer las lágrimas al mismo compas que las nubes liberaban la lluvia. Una comparación tan siniestra que hizo que la sangre de Remus se helara. 

   - Sirius, qué ocurre?- inquirió el ojimiel al tiempo que se sentaba en el borde de la cama. 

   - No pasa nada, Remus, vete a dormir.- Sirius había  intentado parecer frío, algo que normalmente le salía tan natural como respirar, pero su voz tembló y sonó apagada, lo que consiguió que Lunático se preocupara aún más. Las manos de Sirius se apoyaron en la cama, y Remus no dudó en entrelazar sus dedos, haciendo una leve presión en señal de apoyo. 

   - Por favor, cielo.- a pesar de que eran solo amigos, Remus solía llamar así a Sirius, especialmente cuando quería conseguir algo de él, como era el caso. Sirius suspiró, haciendo hueco en la cama para que Remus se sentara a su lado. El castaño se recostó en el pecho de su amigo, oyendo su corazón latir acelerado. Las manos ajenas recorrieron su cabello claro con delicadeza, y Remus se dejó hacer porque sabía que eso tranquilizaría a Sirius. 

   - Me dan miedo las tormentas.- susurró el pelinegro. Remus asintió levemente sin saber qué decir. Se levantó despacio de la cama, con cuidado de no hacer movimientos bruscos y cerró las cortinas. Sirius se tumbó en la cama, y oyó a su compañero pronunciar algunos conjuros que no conocía, y sonrió enternecido al sentir que el ruido de la tormenta desaparecía, observando como un manto de estrellas cubría el dosel de su cama mientras el ojimiel se recostaba de nuevo en su pecho, permitiéndole devolver las manos a su pelo. En ese cielo irreal tampoco existía la luna. 

   - ¿Mejor así?- Remus inició un leve juego de caricias sobre la piel de Sirius, que acostumbraba a dormir sin camiseta. Sintió como el pelinegro asentía suavemente y se sintió muy satisfecho. Normalmente era Sirius el que lo tranquilizaba en las noches previas a la luna. Aunque a decir verdad seguía teniendo curiosidad, ¿por qué a alguien como Sirius le asustaban las tormentas?

   - Es por mis padres.- respondió Sirius como si le hubiera leído la mente.- Un día, cuando yo tenía seis años, me castigaron. No sabían cómo castigarme porque ya estaba castigado en mi habitación. Ese día había tormenta, así que mi madre me agarró del brazo, corrió escaleras abajo y me empujó fuera. Me dejó allí toda la noche, empapado, con frío y muerto de miedo. Al día siguiente vino mi prima mayor, Andy, y me llevó a San Mungo. Tuve pulmonía dos semanas.

Una fría noche de tormenta (Wolfstar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora