Sandra y mile son madre e hija y pasan una noche en la habitación de Sandra
Milena solo goza de los chirlos de su madre en su colita cada vez más ardiente, acalorada y fortalecida por la paliza que Sandra le otorga sin apiadarse. Incluso la escupe con repugnancia, se atreve a despojarla de su bombacha y se la deja un rato entre sus nalguitas, sobre las que luego desata un par de cintazos estruendosos. No fueron más de 8, pero fue suficiente para que Milena sienta que en su vagina se proclama una abundancia de flujos inauditos, los que pronto empapan la sábana.
Afuera la lluvia empieza a convertirse en recuerdo, aunque el viento mece a las nubes indecisas, por lo que algunas gotas aisladas resuenan impasibles.
En eso Sandra pone de pie sin demasiado esfuerzo a su hija, ya que posee una silueta delgada y saludable. Le toca las tetas, se acerca a uno de los pezones, y en el momento en el que lo lame con la punta de su lengua le da vuelta la cara con otro revés de su mano izquierda.
¡pegame mami, cagame a palos... dejame la cola colorada... quiero que me trates mal, que me pegues por portarme como el orto!, suplica la joven con sus 20 años a merced de una locura que ella misma fue capaz de construír con su plan macabro. Ella deseaba que su madre la masturbe y le pegue. Había soñado con eso muchas veces, y amanecía mojada por el placer y la excitación de imaginarlo en la realidad.
Sandra no comprende por qué, pero pronto le chupa las tetas a su hija, le sigue dando cachetadas y le pellizca las piernas. No se ahorra puteadas ni escupidas irreverentes.
Cuando se aproxima a su vagina la huele y le introduce un dedo para verificar que su flujo lo corona con extraordinaria devoción.
¡imagino que ya no te meás en la cama putona de mierda!, se oye la voz inerte de Sandra mientras frota su rostro en las tetas de Milena.segundos después sus besos ruedan por los aductores, rodillas, los muslos, ingles y abdomen de la chica, que se estremece gimiendo, pero que no puede tocarse, porque su madre se lo prohíbe. Cuando intenta hacerlo ella le muerde las manos, y eso la mata de deseo.
Finalmente junta sus labios a la vagina de su hija, y tras lamerle los lados, cada pliegue, abrirlos un poco para fascinarse con los flujos que drenan impacientes, y olerla desmesurada, deja que su lengua se abra paso entre ellos, y la transforma en una espátula de saliva y músculo. Revuelve, lame, succiona con su boca incrédula, toca con sus dedos y presiona su clítoris duro como una almendra, lo frota, ve cómo crecen las contracciones de su vulva, sus gemidos, la producción de jugos y los movimientos orgásmicos de la chica. También le frota el agujerito del culo.
Sandra no deja de pegarle en las tetas, las piernas o en el rostro mientras su laboriosa lengua intrusa se alimenta con los temblores de la chiquita.
¡así ma, pajeame toda, comeme, y no dejes de pegarme... dale peterita, comele la concha a tu hija, que seguro te morís de ganas de probarle la pija a Gonzalo, y de que te llene la carita de semen!, ajusticia Milena jadeando, dando respingos en la cama entre las combulciones que le propinan las bofetadas de su madre junto a esa lengua encantadora.
Sandra se masturba muerta de vergüenza, pero ya con su bombacha por los tobillos, con la concha rebalsada de sus propios temores hechos jugo, y tiritando de calentura.
Cuando la nena eyacula, Sandra no puede más que tragarse todo, sorbo a sorbo. Nunca lo había hecho con una mujer, y no sabe por qué el sabor de las mieles de su hija la perturba, la conmueve, le quiebra en pedazos todas sus estructuras. Solo puede atender a la necesidad que le realza las ganas de consumirse en un orgasmo un poco más justo.
Ella desea que su hija la haga gozar, que le retribuya algo de todo lo que involuntariamente acaba de obsequiarle, mientras la noche ahora se colma de estrellas. Solo una brisa ligera se cuela por la ventana entreabierta.
Ahora las dos están entre las sábanas, con los ánimos algo más moderados, pero con las ansias imperfectas.
¡dale Mile, chúpame las tetas, como cuando eras una bebé... dale, tomale la teta a mami pendejita sucia!, le ordena la mujer mientras le hace provechitos en la espalda, le masajea las nalgas coloradas por el castigo anterior y se la trae bien contra su pecho.
Milena no se hace rogar. Deja que su madre le ponga un pezón en la boca, y luego el otro para que se lo chupe, muerda y juegue con su lengua cortita.
¡te gusta la leche de mami putita? Querés más? Pedime guacha! Qué querés ahora? Querés que te cambie el pañalín, te ponga talquito y te prepare una mamadera? Con lechita de tu hermano cochina? Querés que le pida que te haga pichí en estas gomas hermosas que tenés?!, expresa la mujer cuando ahora las dos disfrutan de la fricción de sus vulvas enfrentadas. Se besan en la boca con groseros movimientos, se lamen la cara y se retuercen como dos babosas, sienten que sus clítoris palpitan impregnados en jugos afrodisíacos y algarabía, gimen, se tocan y pellizcan, se frotan y nalguean con sabiduría... hasta que un estrépito les previene que un orgasmo las enlazaría en breve, más allá de la sangre.
Las dos mujeres, madre e hija, permanecen durante un largo minuto en silencio, confundidas, perplejas y aturdidas, pero radiantes de felicidad.
Pronto sueñan luego de unos bostezos contagiosos, desnudas y pegaditas, ambas con sus cabezas sobre la misma almohada, respirando de iguales sensaciones eróticas en la piel.
Sandra piensa de momento que todo fue un sueño, un delicioso y fantástico sueño.
Pero sus ojos no pueden revertir la alegría que siente su alma cuando, en mitad de la madrugada se despierta producto de una incomodidad que parecía haber olvidado. Milena se había hecho pis en la cama! Eso fue el disparador para que la mujer se masturbe oliendo a su hija mientras ella dormía indefensa, acabadita, meada y como ella la trajo al mundo.
Fin