41. Soldados y rebeldes

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Mis pupilas se adaptaron a la luz de un camino de tierra que se abría paso entre chozas construidas con ramas y piedras del bosque

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Mis pupilas se adaptaron a la luz de un camino de tierra que se abría paso entre chozas construidas con ramas y piedras del bosque. La humedad me caló hasta los huesos, al igual que la desesperanza que habitaba aquellos hogares. Los neis que se encontraban en el exterior corrieron a refugiarse en sus casas, temerosos de que estuviésemos allí para hacerles todavía más daño, y en el cielo resonó un trueno que nos recordó que aquel lugar vivía bajo una tormenta constante.

Los soldados y yo nos miramos horrorizados, incapaces de lidiar con la miseria a la que le tenían que hacer frente los habitantes del clan Rubí. La rabia me quemó las venas y el incendio se reflejó en el rostro pálido de Emosi. El Ix Regnix caminaba con la expresión afectada por el espanto, atento a cada detalle de nuestro entorno. Las puertas se cerraron allí por donde pasamos y los gritos de alerta hicieron eco en un asentamiento fantasma.

Se trataba de un poblado inmenso y recorrimos las calles de tierra y musgo con los corazones encogidos por lo desamparadas que vivían aquellas almas. De la tierra solo brotaba maleza y por los tejados se colaba el agua y la humedad. La madera oscura de los edificios estaba agrietada por el paso de los ciclos, lo que hizo que me preguntase si aquella desolación también habría logrado echar raíces en el espíritu de sus habitantes.

—¿Les han quitado hasta la magia? —preguntó Quentin en un susurro cargado de dolor.

—No, pero utilizan todo su poder para mantener activo el escudo y ocultarse de la Autoridad —dijo Zeri sin detenerse.

El rubí nos guio a través de una ciudad erigida sobre las desgracias de su pueblo. El viento silbó en una zona cubierta por telas y enredaderas que buscaban proteger de la lluvia a los edificios en ruinas. Una ráfaga de aire helado me atravesó los huesos y sacudi las lonas y la vegetación, y entre las hojas y la madera ennegrecida, distinguí unos ojos tan oscuros como nuestro entorno.

El grito de alarma murió antes de escapar de mis labios.

Un grupo de neis apareció entre los callejones, apuntándonos con armas de energía elemental. El miedo me aceleró el pulso y los soldados se prepararon para el ataque. Llevé las manos a las lágrimas de luna y entre nuestros enemigos descubrí a una niña que dibujó un símbolo del color de la sangre sobre el viento. Su cuerpo levitó en el aire y de sus manos brotó una luz escarlata tan potente que absorbió el poder de los soldados y lo redirigió a nosotros.

—¡Gio, no! —exclamó Zeri.

El joven se adelantó para detener el ataque, pero no fue lo bastante rápido. El orbe de energía lo alcanzó antes de que pudiese explicarse. El poder rubí colisionó contra su cuerpo y el pánico me desgarró las cuerdas vocales con un grito de dolor. Zeri se desplomó sobre el suelo. Una brisa salada me acarició la piel y sacudió los edificios del callejón. Los rayos de luz escarlata regresaron a la esfera de la que habían brotado. El poder aquamarina absorbió la magia y la utilizó para despojar a nuestros enemigos de las armas, que cayeron a nuestros pies con un ruido sordo. La confusión tiñó los rostros de los rebeldes y Emosi y yo compartimos su desconcierto. Los soldados miraron con orgullo a su Ix Realix, complacidos tras presenciar una muestra de poder tan grandiosa. Alis se apresuró a ayudar a Zeri y el muchacho se levantó como si no acabase de recibir un impacto que le tendría que haber arrebatado la vida.

La perdición de la tormenta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora