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Entre la más inminente oscuridad de la noche, el cantar de un grillo podía escucharse fuera del ventanal de la pequeña habitación de Jimin, aquel dormía placido envuelto entre las mantas blancas y espesas que decoraban su cama, el frio que se colaba por las esquinas de la puerta de su habitación solo anunciaba la tormenta que estaría pronta a irrumpir sus dulces sueños.

Sin embargo, el ruido de la charla de sus padres en la habitación contigua fue el verdadero intruso de sus sueños, Jimin se sentó sobre el colchón y mientras agudizaba sus oídos para escuchar de qué se trataba, frotó sus ojos despabilándose de aquel profundo sueño interrumpido. Al continuar escuchando tenues toques de preocupación en la voz de su madre, Jimin se levantó de la cama, sus pies tocaron la madera lisa y fría de su habitación erizándole la piel, pero poco le importó, tomó entre sus manos la perilla de la puerta y salió de la alcoba sigiloso.

Los ojos del menor tuvieron como objetivo la línea de luz que se colaba por la puerta de la habitación de sus padres, sabía que tenia prohibido entrar ahí, así que solo pudo recargar su espalda sobre la pared cubierta con un anticuado tapiz y entonces escuchó algo de lo acontecido.

Minying no tiene a dónde ir, somos los únicos a quienes puede acudir — el padre pronunció con toques de cansancio y preocupación. Jimin frunció el ceño al escuchar el nombre de aquella señorita, su prima, pues hacía ya varios meses que no sabía de ella, la última vez que pasaron tiempo juntos, había sido en el cumpleaños número diez de la pequeña niña cuando Jimin apenas había cumplido siete.

Déjame ver la carta — el eco de la voz de la mujer fue acompañado por el sonido de su caminar, pronto el silencio se hizo presente.

Al no escuchar más, Jimin pretendió regresar a su habitación, pues la suave brisa estaba erizándole la piel, pero al intentar dar paso, la madera del suelo rechinó atrayendo en su totalidad la atención de sus padres quienes abrieron la puerta de inmediato. Después de la reprimenda y de las múltiples disculpas por parte de Jimin, aquel regresó de nuevo a su cama, aún con la incertidumbre de la problemática familiar, no obstante, después de sentir la calidez de las mantas que le abrazaban calló de nuevo en un sueño profundo.

A la mañana siguiente, la que fue nodriza de Jimin, la señora Kimi tocó la puerta de la habitación del pequeño y a los segundos entró a la alcoba, dirigiéndose de forma inmediata al armario de Jimin, mientras sacaba un par de prendas, intentó despertar al menor, usando como siempre aquella voz rígida que solía retumbar en las cuatro paredes.

Jimin, despierta que tenemos que irnos, tus padres han salido, quieren que te deje al cuidado de la familia Min — la mujer tiró de las mantas que le mantenían caliente y comenzó con un leve zarandeo al cuerpo del infante.

—¿Min? — Jimin preguntó desorientado y poco a poco se levantó de la cama obedeciendo a la mujer que ya comenzaba a preparar el calzado que usaría.

Recuerda que hoy es domingo, no puedo cuidarte es mi día libre, tus padres me han dicho que te lleve con ellos.

¿Sucedió algo señorita Kimi?

Será mejor que tus padres te lo cuenten una vez que lleguen a casa.

La mañana del domingo era húmeda y fría, los rayos del sol parecían ausentes incluso al ser ya medio día, cuando Jimin entró al carruaje observó la despedida de mano de su cuidadora, claro que respondió de igual manera, pero cuando el cielo retumbó, Jimin bajó su mano y se sumió en el pequeño asiento acolchado. Aunque el cielo mostraba un espesor gris y los rayos del sol estuvieran ausentes las mejillas del menor estaban rojas, solo era su nariz la que encontró un goce en el aroma a tierra mojada que dejaba el trayecto a casa de la familia Min.

1850: Beso ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora