Mal comportamiento
Damien
Me froto el cuello estresado dejando escapar el aire. Aparto los papeles que tengo sobre el escritorio harto de tener que estar en la oficina. La maldita oficina se ha vuelto como mi segunda casa y me estresa tener que estar lidiando con todo esto.
Philippe va a volver en unos días a hacerse cargo de todo, sin embargo no pienso irme a ningún lado ya que si yo comencé este operativo seré yo quién lo terminé. Mis razones para ver a los búlgaros derrotados y pisotearlos aumentaron desde el atentando en el Ritz.
Recibo un mensaje de Enzo diciéndome que no se entrometerá cuando queramos tomar el cargamento del clan búlgaro en Milán. Se está encargando de lo que le pedí y sinceramente me quita un problema de encima aunque sea por un tiempo.
Los recuerdos de lo que pasó hace dos días no salen de mi mente y por el contrario de alivianar lo que sentía lo ha aumentado ya que no pienso conformarme con algo de una sola noche. De haber sido cualquier otra mujer no me tendría como me tiene y está muy equivocada si piensa que las cosas se van a quedar así.
Quiero más en todos los malditos sentidos.
Me levanto para tomar una botella de agua y me giro mirando por el ventanal a una de las tropas que entrena como si no hubiera un mañana. Pronto pediré resultados de rendimiento de cada soldado así que más les vale estar en forma sino quieren largarse y que otros ocupen su lugar. No quiero incompetencia en mi comando y no voy a tenerla.
Soy un hombre al cual nunca le ha gustado subestimar al enemigo así que por lo tanto sigo lo que pienso. Ni los búlgaros ni los rusos son un enemigo fácil de vencer.
No necesito voltearme cuando la puerta se abre de manera delicada ya que conozco a la perfección de quién se trata porque mi cuerpo y mis sentidos reconocen su cercanía al instante.
—Tenemos que hablar, Damien.
—Te escucho.
—¿Al menos puedes verme? —le doy un sorbo a la botella de agua, y deduzco que está cruzada de brazos por el tono tan altivo que utiliza.
—Siempre puedo, Anastasia —me giro para verla y no me equivoqué al pensar que está de brazos cruzados. Tiene el ceño ligeramente fruncido y sonrío cuando imagino que no quiere estar aquí.
Dejo la botella sobre la mesa esperando a que hable.
—Escucha, lo que pasó el otro día no...
Pongo los ojos en blanco.
—Ya sé por dónde vas —la interrumpo—. ¿Ya te llegó tu golpe de moral y me vas a decir que fue un error? ¿Vas a venir y me vas a decir que no debió de haber pasado? Si es así déjame decirte que te ahorres lo que piensas decir porque me importa una mierda.
Me mira como si quisiera arrojarme un ladrillo a la cabeza.
—Escúchame —hace uso de toda su paciencia—. No digo que sea un error, no lo es. No lo fue —dejo que continúe—, pero no debe volver a suceder.
—¿Y aquí es cuándo te hago caso?
—Aquí es cuando sigues escuchando lo que me falta por decirte —se impone.
Aspiro el aroma suave que emana, las dos trenzas que lleva —con las cuales luce dulce y me pone mucho—, el brillo labial cuando se relame los labios y como juguetea con sus dedos como si no supiera exactamente que decir.
—Tal vez si intentamos ser amigos...
Capto lo que dice por inercia pero termino amargándome en menos de nada.
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Secretos y mentiras
RandomAnastasia regresa después de dos años a Londres. Las cosas, por supuesto, no son ni remotamente parecidas a lo que eran antes de marcharse. Las cosas en la central han cambiado, y está luchando consigo misma por no toparse con el más grande fantasma...