Capítulo 9

93 8 26
                                    

*AVISO: en este capítulo hay sexo explícito si tienes menos de 18 o no te gusta no lo leas.

Punto de vista de Tom

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Punto de vista de Tom

Me desperté de a poco. Intentaba abrir uno de mis ojos era una ardua lucha, pues éstos estaban tan pesados como el plomo. La visión me flaqueaba, entre el negro y las siluetas borrosas, y el sonido me llegaba desde una distancia que parecían ser kilómetros. No entendía lo que sucedía, ni tampoco porqué no podía moverme, o porqué sentía frío si estaba abrigado.

Unas manos delicadas me tocaron el rostro. Uñas de color nude me rozaron las mejillas, rascándome la barba de dos días que tenía. Pero, ¿acaso no me había rasurado la noche anterior?

- ¿Qué está pasando? – Pregunté con la lengua muy pesada, cada palabra que salía de mi boca era con dificultad increíble. Y en aquel instante entendí, de manera tan lenta que no tuve oportunidad de preocuparme, que había sido drogado. - ¿Qué me hicieron? ¿Ana? ¿Harrison?.

- Shhhh, no te he dado permiso para hablar, ¿o acaso si?

- ¿Qué? ¡Argh! – mi respuesta fue un ardor alienígena en mi costado, ardor que surgía sobre mi piel. Dejé escapar un quejido involuntario, y el sonido que escuché intentaba traerme recuerdos, intentaba hacerme recordar e identificar la situación, pero era como caminar en una piscina hasta el cuello.

- Shhhh, tampoco te he dado permiso para quejarte, ¿verdad?

Otra oleada de ardor, aquel sonido, como el papel rompiéndose, como el de... el de... ¿piel rasgándose?

Sentí otra oleada de ardor, y ésta vez sentí la tibieza de un líquido que bajaba desde mi costado. Mi mente procesó la información entonces. El dolor, el sonido, el ardor... estaba siendo azotado. Otro golpe y esta vez fui capaz de contener el quejido, pero por poco. Intenté enrollarme sobre mi mismo para protegerme, pero me encontré con resistencia. Tiré de brazos y piernas, e intenté levantar mi cabeza para encontrarme con que no podía hacerlo.

- Mantente quieto. No me gusta cuando os retorcéis. Parecéis lombrices - escuchaba atentamente aquella voz tan familia.

-¿Nadia? - pude exclamar sorprendido.

Sentí otro golpe en el abdomen, pero esta vez pude detallar la sensación: unos cinco o seis dedos delgados se posaron en mi piel, dejando una estela de líneas ardientes que se extendían por mi piel como el fuego. No me moví, no me quejé, tan solo ahogué un gruñido en el fondo de mi garganta.

- Buen chico, odio cuando se mueven y se quejan. ¿No se jactan de ser hombres poderosos, fuertes? Ante el dolor pierden todo eso de lo que presumen. Se vuelven cobardes.

La voz daba vueltas alrededor de mi, la escuchaba a mis pies, a mi costado, al otro lado y cerca de mi cara. Mis sentidos recobraban algo de agudeza, mi mente comenzaba a trabajar al ritmo normal. El calor que emanaba de mi piel abusada se contrastaba con el frío de la sala, las ataduras que me mantenían quieto parecían de cuero, y me halaban la piel de manera desagradable cada vez que ejercía presión involuntariamente contra ellas. Fue entonces cuando entendí que me encontraba desnudo.

Marcas oscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora