Mi mamá y yo nos estábamos quedando en la casa de mi abuelo hasta que nuestra propia casa se terminara de construir en la quebrada. Mi abuelo ya había fallecido un año antes, y tras su fallecimiento les había heredado a mi mamá y a sus hermanos una casa con un patio muy pintoresco. Al parecer en vida mi abuelo disfrutaba ir con mucha frecuencia al vivero que estaba a la vuelta y compraba ahí todo tipo de plantas y árboles para plantar en su patio. Entre todas las hermosas plantas de diferentes especies, destacaba un árbol altísimo con una copa muy extensa, situado en el centro del patio. La corteza era de un color marrón claro, mientras que las hojas de la copa eran verdes. Este árbol brindaba frutos muy similares al pomelo, bien jugosos y sabrosos. De hecho, de vez en cuando mi mamá cortaba algunos frutos cuando ya estaban bien maduros para ella y para mí. Siempre noté que en la parte de atrás de la copa, había un gajo que en vez de tener un solo fruto, tenía tres: dos eran de color amarillo y uno era de color verde. Lo más curioso era que este último siempre estaba verde y aunque el tiempo pasara, nunca parecía madurar. Algo aún más curioso era el hecho de que mi mamá nunca cortaba los frutos de este gajo, sino que prefería sacar los frutos de los demás gajos.
Una tarde en la que hacía bastante calor, se me antojó sacar unos frutos de este árbol. En las noches veraniegas, hacía más calor que durante el día, por lo que quería tener algunos frutos frescos para comerlos más tarde, y en el preciso momento de mi antojo, la noche no tardaría en caer. Para mi desgracia, el árbol estaba vacío. Al parecer se había quedado sin frutos y estos no volverían a brotar hasta la próxima temporada. Los únicos frutos que quedaban eran aquellos tres que estaban en el mismo gajo, los cuales mi mamá nunca cortaba. La sed me estaba venciendo, así que no dudé en querer cortarlos. El problema era que no podía alcanzarlos yo mismo, por lo que necesitaría alguna especie de palo o algo para poder cortarlos. En ese momento, me dirigí al cobertizo de mi abuelo y encontré el palo con un gancho que mi abuelo solía usar para bajar los frutos del limonero situado en la otra parte del patio. Cuando volví al enorme árbol, me di cuenta de que ya se había hecho de noche. Sin embargo, yo seguía dispuesto a cortar los últimos tres frutos que le quedaban, y cuando estuve a punto de intentarlo, mi mamá apareció por atrás y me preguntó qué estaba haciendo. Yo le expliqué mis intenciones, así que ella se ofreció a ayudarme. Le di el palo con gancho a ella, y en ese momento me preguntó:
-¿Cuál de los tres frutos querés? ¿La pinta, la flinca o la murcia?
Yo al principio no entendí a qué se refería, pero después deduje que se refería al nombre de los frutos. Por eso mismo pregunté:
-¿Los frutos de esta planta tienen nombres?
-Solo esos tres. -respondió ella. -¿Cuál vas a querer? -insistió.
En el momento que ella me volvió a hacer la misma pregunta, yo ya me había olvidado de casi todos los nombres que me dijo. Solo recordaba el último que mencionó, así que elegí ese:
-Murcia. -dije yo.
-No podés elegir ese. -respondió ella al instante.
Nuevamente, yo no entendía nada. Entonces solo le pedí que sacara el que sea.
Ella utilizó el palo con gancho para intentar bajar solo uno de los tres frutos, pero estaban tan pegados uno del otro que al intentar bajar uno, sacó los tres. Me dio uno de los frutos amarillos, y ella se quedó con los otros dos, uno amarillo y el otro verde. Estaba empezando a hacer frío, así que nos dirigimos a la entrada de mi casa, cuando de repente, en el fondo de la gran y amplia galería, tras el portón de rejas verdes que llevaba a la calle, vi una mujer. No se alcanzaba a ver su rostro de una manera clara, pues las luces de la galería y la calle estaban apagadas, por lo que había una oscuridad muy intensa. Yo había encendido las luces antes de que se hiciera de noche, por lo que no entendía cómo es que estaban apagadas. Solo logré ver, con muy poca claridad, que sostenía una bolsa en una de sus manos, era pobre de vestiduras y su cabello estaba completamente desarreglado, seco y espantoso. Estoy seguro de que esa mujer no había estado allí antes. Cuando me percaté de su presencia, se lo hice saber a mi mamá. La mujer, con una voz alta, quebrada y muy aterradora, dijo: "¡MURCIA! ¡MURCIA! ¡MURCIA! ELLOS ME LO ROBARON. NO ME DEJARON DISFRUTAR MI ÚLTIMA VOLUNTAD. NO ME DEJARON SABOREARLO. ¡ELLOS ME LO ROBARON! DEVOLVEMELO".
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El árbol de Murcia
HorrorCuento de terror basado en una pesadilla que el escritor tuvo.