¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Simplemente cerró los ojos y se dejó llevar por sus pensamientos. Estaba tumbado en aquella colina junto al río, sintiendo el pasto acariciarle los pies descalzos y el viento soplar débilmente. El cielo, opaco y gris, anunciaba tormenta. Pero él no se levantó, aunque finas gotas empezaron a caer en su rostro, deslizándose por sus mejillas, convirtiéndose en una realidad cuando llegaban a las comisuras de sus labios y él las lamía. Siguió en su pequeño mundo, imaginando lo que podría haber sido. Aunque le gustaba su vida, la amaba tal y como era. Y si el destino decidía que debía morir en ese mismo instante, no lo evitaría.
Dudó. Era tarde y había quedado, así que debía levantarse. No quería. Le costó cambiar a una posición que se lo permitiese, perdiendo el equilibro y a punto de caer. No ocurrió, se levantó. Demasiado rápido, ya que se mareó. Siguió con su propósito, mientras se ponía los zapatos. Observó el río, que antaño albergaba peces, y que ahora éstos habían sido sustituidos por plástico. Le desagradaba en sobremanera, pero él ya ponía de su parte. Suspiró, todo lo que podía hacer en ese momento era suspirar. Empezó a caminar con parsimonia, a un ritmo lento y mortificante.
Las calles estaban poco concurridas. Habían niños que corrían a refugiarse a algún portal hasta que la lluvia se calmase, adultos que caminaban con maletines sobre la cabeza y mujeres de varios hombres sin zapatos, corriendo a su burdel. Las pocas personas que paseaban con calma tenían paraguas, y él era la excepción. Caminaba sin prisa mirando a su alrededor, parándose de vez en cuando a observar los productos en los escaparates. Los niños que se cruzaban por delante suya se giraban a pedirle perdón, tal vez porque infundía respeto. Habían gatos callejeros que se enrollaban en sus piernas y le hacían tropezar.
