LILITH
"Nadie merece morir, pero hay algunos que no merecen vivir".
Dexter.«Miedo.»
Desde que tengo uso de razón, los hospitales me han dado miedo. El blanco de las paredes, el sutil olor a muerte, los uniformes de las personas que trabajan aquí, las inquietas enfermeras que nos atienden, y los estetoscopios que cuelgan como correas sin dueños de los cuellos de algunos doctores y doctoras... Todo eso me martiriza.
Cuando era niña, papá solía llevarme a uno que otro —por motivos personales, y siempre a espaldas de mamá—, durante mi crecimiento. Papá me dijo que jamás debería contarle sobre mis citas con los médicos a mi madre. Veíamos a especialistas y nos recetaban diversas pastillas que me ayudaron a dormir y a nutrirme mejor.
No volví a pisar uno desde que me recetaron ese medicamento que nunca he sabido pronunciar bien. Pero eso no importó, dejó de importarme cuando el psiquiatra me dijo que todo volvía a estar bien conmigo; significó que mi cuerpo, mente y organismo por fin estaban bien, correctos y en orden. Cuando dejé de visitar hospitales y doctores: nada me hizo más feliz en toda mi vida. Las citas con especialistas, decir una y otra vez lo que me había pasado; lo que hice para aliviar el dolor. Los pinchazos a mi cuerpo también habían terminado. No le temo a nada, salvo a las agujas. Odio el filo de una atravesando mi piel y, el líquido que corre por mis venas cuando te inyectan. Esa sensación es inocua, pero efectiva para desarrollar una fobia en el ámbito de las pesadillas.
«Aún sigues teniendo miedo, ¿no?»
A veces tengo la sensación de que papá volverá a llevarme con el doctor a espaldas de mamá. A veces temo por mi alma atormentada. A veces temo por mi vida, por la vergüenza que tendré que pasar cuando lean mis pecados en el eterno descanso de nuestro padre celestial. Temo que mi salvador no me perdone. Temo que mis padres no me perdonen. Temo de mí, de que yo misma no llegue a perdonar lo que hice para aminorar el dolor.
«Tú no hiciste nada malo. La que hizo todo eso fui yo.»
No...
«La que hicimos todo eso fuimos nosotras. Nosotras nos liberamos. Por eso se acabaron las idas y venidas a los hospitales. Fuimos tú y yo contra el mundo.»
—Familiares de Juan Mendoza. —La voz de la doctora que atiende la delicada salud de Juan, nos levanta de nuestros asientos en la sala de espera.
Patricia corre hacia ella, con una mano sosteniendo su barriga, y la otra manteniendo un equilibrio culposo que delata lo cansada que se encuentra. Todos nos sentimos así. Hemos estado aquí cinco horas. Cinco angustiantes y tortuosas horas; es tiempo suficiente para arrepentirte de tus pecados, de los que cometió y estuvo a punto de cometer (conmigo), Juan Mendoza.
—Yo soy su esposa —le dice Patricia—. ¿Cómo está él? ¿Qué tiene? ¿Cómo se encuentra? Se va a poner bien, ¿verdad?
Sobrecarga a la doctora de preguntas que, a veces, no tienen un destino certero para la salud de un paciente como Juan. Eso nos lo explicó la enfermera en turno cuando llegamos a la sala de urgencias.
—Juan Mendoza está en cirugía por el momento —nos informó—. La doctora Jessica Parker lo está atendiendo. Él está en buenas manos.
«Se salvará. Se salvará.» Pensar en eso me hacía sentir mejor, menos culpable. Porque, yo desee que le pasara algo malo a Juan, yo desee que Juan estuviera en una situación que lo obligara a tomar una decisión furtiva con respecto a su vida. Yo le mandé el mal. Yo había invocado esta desgracia que superaba por completo los planes de Dios.
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¿Se pueden querer a dos personas al mismo tiempo? [POLIAMOR #1]
Teen FictionLa joven adulta, abogada y devota religiosa Lilith de veintiún años, despierta su sexualidad descubriendo emociones ocultas y avivando la llama de la inocencia que los hermanastros Bianchi Soto despiertan en ella, haciéndole una tentadora oferta que...