Miércoles, 6 de septiembre de 2034, Madrid.
Luna fue la primera.
Horas después del parto, Samantha elevó la mirada de la bebé y la posó en Flavio.
Le observó en silencio, paseando por la estrecha habitación del hospital con Alejandro en brazos, meciéndolo y sujetando un biberón diminuto sobre su boca. Era noche cerrada; al otro lado de la ventana de la habitación de la planta de maternidad en la que se encontraban no se registraba ni una sola luz pues se trataba de una noche de luna nueva, oscura. Casi parecía algo mágico que no hubiera luna en el cielo porque acababa de nacer una en la Tierra.
Eran más de las cuatro de la mañana, y a través del cansancio que trataba de cerrarle los párpados, la rubia se permitió un momento para sí misma, para grabar aquella imagen en su retina.
Nunca había sido su sueño tener aquello. Nunca había imaginado que pasaría por tanto dolor, y no se refería al parto. Observaba a Flavio, tan alto y esbelto, con esa pequeña criatura en sus brazos y no podía respirar porque apenas podía creer que estuviera allí. Aunque el cáncer hubiera desaparecido, había sido lo que les había vuelto a unir. Esos niños no existirían si no hubiera existido ese cáncer. Desde aquella noche tan, tan lejana en la playa de San Sebastián en Barcelona cuando, entre silencios, palabras a medias y la brisa del mar, se lo dijo. Se lo susurró sin mirarla porque no tenía valor, porque sentía que se moría y no sabía cómo gritar el miedo que le carcomía las entrañas.
Sólo dos palabras.
Tengo cáncer.
Suficientes para que Samantha sintiera que su vida se daba la vuelta.
¿Y si le hubieran dicho que dos años después se encontrarían así? ¿Qué habría pensado? ¿Se le habría ocurrido que para llegar hasta aquí tendría que pasar todo lo que habían pasado? Absolutamente no. Y en ningún escenario durante todos esos meses oscuros, angustiosos y opresivos en los que convivieron con el cáncer de Flavio, se vio a sí misma con dos bebés. Soñaba con ello pero le parecían pesadillas más que un anhelo, y aunque dudaba en ocasiones, en el mundo consciente siempre mantenía la misma opinión. Y esta se había venido totalmente abajo con el paso de los meses.Y no quitó los ojos de su futuro marido, que ahora llevaba en su mano el anillo de pedida que le había dado en Murcia hacía meses porque ella se lo había quitado en el momento del parto. Dentro de poco, ese anillo sería sustituido por otro de oro con su nombre y una fecha dentro, pero esa fecha no diría nada del amor que se tenían. Su fecha era un trece de enero, un veintisiete de julio, un verano completo; su historia estaba llena de fechas que serían más importantes que el día que se dieran el sí quiero, porque se habían dicho muchos a lo largo de su vida, en distintos ámbitos, menos solemnes, más personales. Cada vez que Samantha acompañaba a Flavio a una sesión de quimioterapia, le estaba diciendo que sí. Cada vez que le había animado a no tirar la toalla, o permitirse estar mal, cada vez que había puesto su hombro, su pecho, su vientre para que él llorara en noches donde el final parecía asquerosamente cerca, le estaba diciendo que sí. Al raparse el pelo con él, al conducir cuatrocientos kilómetros en una noche sólo para amanecer a su lado, al perdonarle cosas imperdonables... le estaba diciendo que sí. Llevaba toda la vida diciéndole que sí.
Y Flavio acabó de darle ese biberón a Alejandro, de leche de iniciación hasta que a su futura mujer le subiera la suya propia. Y dejó ese biberón sobre la pequeña mesita junto al incómodo sofá donde tendría que mal dormir esa noche. Y en cuestión de un segundo, comenzó a llorar.
Ni siquiera reparó en que Samantha le estaba mirando, porque no podía apartar los ojos de su hijo. Su hijo. Había sentido tantas veces que tendría que renunciar a ese sentimiento que ahora no sabía cómo afrontarlo. Era abrumador. Esa pequeña vida arrugada ahora dependía de él, de los dos. Aunque hubiera hecho todo lo que estaba en su mano durante los casi nueve meses que había durado el embarazo, aquel era el primer contacto real que tenía él con sus hijos. Hasta entonces sólo eran patadas a través de una tripa y unas ganas incontrolables de que salieran, pero ahora ya estaban fuera, y eran diminutos, frágiles y su responsabilidad, y el mundo era basto y hostil y tenebroso, y no quería renunciar nunca a esa emoción que le estallaba en el pecho y le hacía brotar en un llanto de felicidad, de agobio, de incredulidad y de alivio. Porque esos eran sus hijos. Con sus cinco dedos en cada mano, con sus constantes vitales ideales, con quince días menos de gestación pero perfectos. Eran perfectos.
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UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.
FanfictionHan pasado diez años desde que finalizó la edición más surrealista de Operación Triunfo y la vida no ha sido igual de dulce para unos que para otros. Diez años después del boom que supuso su paso por el programa, Samantha se reencuentra con un Flavi...