44. Última vez.

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Monique apenas estaba despertando de su pequeño ensueño, aquel en el no podría quedarse abrazada al cuerpo del inmortal que amaba, le había encantado, los ojos azules viéndola directamente, y su dueño preocupado, había estado besándola, repartiendo pequeños besos en su rostro.

Al menos vistiéndose nuevamente a una velocidad sobrenatural, porque saldría en ese preciso momento. Ella tenía una pequeña bata puesta, y de inmediato se abrazó al cuello del inmortal, sonriente, tan pronto pudo atraparlo, su buen humor no la dejaba pensar con claridad, porque sólo tenía su nombre en su mente. Había sido maravilloso.

— ¿Siempre es así? ¿Me dormí? — Él negó, por supuesto que no, él le había dado su sangre para contrarrestar los efectos de haber perdido un poco de la suya, y haber experimentado las mordidas. Aunque ella definitivamente se había sentido más tambaleante y caminante hacía el mundo de morfeo.

— Claro que no. — Limpió los labios rojos de su tierna humana. — ¿Estás bien? ¿Te duele algo? — Ella intentó negar, pero al segundo siguiente en el que se movió todo su cuerpo se sintió pesado, y adolorido.

Tan adolorido que supo de inmediato que tendría moretones. Un dolor casi extremo se instaló en su espalda baja, y aunque ella no le hubiera dicho nada, su rostro limpiamente había dicho a gritos la verdad. Porque dolía terriblemente.

Le dolía.

— ¿Deseas que llamé a un médico? — Él saldría con Roman en ese instante, y no sabría en qué momento regresaría. Pero si sabía las órdenes que daría con respecto a su Monique, porque no se atrevería a dejarla sola, y menos cuando se encontraba tan indefensa.

— No creo que sea necesario. Se pasará en unos instantes. — Monique le sonrió para tranquilizarle. Pero el inmortal aún así buscaría la manera de regresar tan pronto le fuera posible. Porque no confiaba en que estuviera del todo bien.

— Regresaré para que... —

— Kozlov, el transporte está esperando. — Roman les interrumpió. Y se disculpó de inmediato cuando el rostro del inmortal cambió drásticamente. Porque la pequeña y dulce humana tenía un rubor muy atractivo en el rostro además de una pequeña bata.

— Te esperaré abajo. — Dijo Roman, retirándose de inmediato de la alcoba de su jefe. Cuando este bajó, frunció el ceño al observar en el sillón de la sala de estar principal, pues ahí yacía aquella escopeta personalizada de Monique.

Roman volteó a ver hacía el piso superior.

— Sólo quiero que la tengas contigo por precaución. Me gustaría que te quedarás aquí, pero si bajas llévala contigo. — Kozlov hablaba del arma de Monique. Pues no quería confiarse en todos los que quedarían a su cargo.

— Lo haré. De verdad que voy a estar bien Kozlov. Relájate. — Ella le sonrió. — Tomaré una ducha rápida, y estaré atenta. Puedes irte tranquilo. — Ella decía tranquilizandolo. Y realmente los dos no querían lidiar con más problemas de los que enfrentarían después. Porque de alguna manera lo sabían. Ellos tendrían problemas.

— No la pierdas de vista. — Ella asintió y a paso lento se dirigió al baño, Kozlov bajó en un segundo, y regresó, dejó la escopeta de Monique con suficiente munición en la cama, y cerró con llave la puerta de la alcoba que compartían antes de salir, Monique sabía de la otra llave, pero ella se quedaría en la habitación, porque necesitaba un buen descanso, uno que tenía bien merecido.

Kozlov se fue con Roman en ese instante, la luz de la tarde apenas teñía algunas nubes coloreadas de un naranja muy pálido, y un rosa que casi anunciaba la timidez en las mejillas del cielo.

Más Dulce que la Muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora