Pasos.
Pasos acelerados golpeando el húmedo asfalto. Asfalto bañado por la lluvia de aquella oscura y lúgubre noche.
Corría por aquella estrecha y deshabitada calle de Madrid buscando refugio. Claro que, era un miércoles a las 4 de la madrugada y estaba en una ciudad que vagamente conocía.
No sé cuánto había corrido desde que salí despavorida de la habitación de hotel, donde acababa de terminar el "pase privado" con el que tendría para comer una semana.
El agua de la lluvia había bañado la escasa ropa que llevaba, estaba empapada y el frío comenzaba a calarme los huesos.
Volví la mirada atrás, mirando sobre mis pasos tratando de ubicarme y lograr llegar a casa... por llamarla de alguna manera. Aquél piso de 40 metros cuadrados ocupado por tres personas no podía llamarse hogar.
De repente, asfalto.
Eso fue lo que quedó ante mis ojos al impactar contra un cuerpo, y caer de lleno sobre la calle mojada.
-¡Joder!- bufé al sentir mis rodillas arder contra el suelo. Por un segundo alcé la mirada, tratando de descifrar al individuo que se había cruzado en mi camino, pero tan sólo logré ver unas esbeltas piernas.
-Hay que mirar por donde vas- De pronto, aquella voz... Aquél acento del sur tan melodioso... Sus palabras acariciando con dulzura mi mente
-Eso hacía- respondí de la manera más indiferente que pude en aquél momento
-Claro, por eso ibas mirando pa' atrás- rió, ¡Dios, su risa! ¿Cómo podía reír así? Tan dulce y tan sensual a la vez
-Pues ya te podías haber apartado, si tan bien me has visto- chisté recolocándome sobre el asfalto mojado, e inspeccionando cada milímetro de mi piel en busca de heridas visibles.
-¿Te has hecho daño?- Preguntó la chica del sur arrodillándose frente a mí
-Da igual, no es nada- con un leve gesto le resté importancia al feo raspón ensangrentado de mi rodilla izquierda.
-Anda ven, mi piso está aquí al lado y seguro tengo algo para curarte esa herida- habló amablemente mientras se levantaba y me tendía su mano –Y seguro que también tengo algo para dejarte, que vas empapada-
Negué de nuevo, esta vez con la cabeza y, apoyando las manos sobre el asfalto, me impulsé hasta quedar de pie frente a ella.
-No es nada, me voy a casa que ya es tarde.- Y con aquellas palabras, recogí la poca dignidad que me había quedado tras la torpe caída y continué mi camino obviando a la rubia despampanante que acababa de ofrecerme ayuda.
Y sí, puede que durante los primeros minutos no hubiese enfocado la vista en ella. Pero joder... Maldita la hora en que mis ojos se encontraron con ella, con su cuerpo, su cara, sus ojos, su sonrisa...
Aquella rubia de ojos verdes y sonrisa angelical iba a habitar mi cabeza durante mucho tiempo...
Pasaron los días y mi vida seguía igual. Trabajando en un bar de mala muerte, haciendo pases privados a individuos desagradables y odiando la vida que había elegido vivir en Madrid.
Y es que, cuando viajé a la capital Española desde Colombia, lo hice persiguiendo un sueño, con la esperanza de encontrar la oportunidad de mi vida y poderme dedicar a lo que siempre había querido. El baile.
Cómo no, la vida nunca es de color de rosas... Y definitivamente, para mí no lo había sido.
Llegué a Madrid a Finales de Agosto, tras cumplir 25 años. Con los ahorros de toda mi vida laboral, es decir, con lo poco que había podido ahorrar en unos años. Viajé a Madrid creyendo que aquí conseguiría mucho más de lo que jamás lograría en Medellín... Que ingenua