Capítulo 26: Londres.

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—¡ANNE! ¿¡QUIERES IR O NO?! ¡PORQUE A MÍ ME DA IGUAL SI LLEGAS A TIEMPO O NO! —La voz de mi madre enfadada me despierta por cuarta vez en esta mañana.

—Ya voy... enseguida me levanto y... —Me recuesto en la cama. Aunque mis párpados pesen, mis pensamientos pesan más y me obligan a levantarme.

—¡TODOS NOS HEMOS LEVANTADO POR TI! —Se asoma por mi habitación.— ¡Qué no llegas, es tarde!

—Ya voy. —Me levanto a toda prisa que hasta me mareo y pierdo la capacidad de visión parcialmente. Corro a mi armario y cojo ropa cómoda.

¡LONDRES!

¡HOY ES EL VIAJE!

No lo había olvidado, ¿vale? Sólo tengo que pararme a pensarlo y ¿recordarlo?

¿Qué mas da?

¡LONDRES!

Entro en el cuarto de baño y me ducho a toda prisa. Enrrollo mi cuerpo en una toalla y mi pelo en otra. Salgo del baño corriendo, cabe comentar que por poco me caigo, ¡lo que me faltaba ya! Me visto deprisa y me pongo los calcetines.

—¡Bruce, Bruce, Bruce, Bruce! —Digo corriendo entrando en la habitación que comparten él y mi madre.

—Dime, Anne. —Se abrocha su chaqueta y me mira.

—¿Podrías bajarme la maleta tú? Es que pesa demasiado para mí.

—Claro, deja que me ponga las gafas antes.

—Por supuesto que sí. —Digo riendo y salgo de la habitación. Bajo las escaleras a toda prisa. Mis pies amenazan con tropezar en cualquier momento y parece que los escalones están de su parte. ¿No podría vivir en una casa de una sola planta?

—Anne tu desayuno está en la mesa. —Me dice mi madre desde la cocina cuando termino de bajar las escaleras.

Me siento en el sofá y empiezo a tomarme la leche con galletas que mi madre me ha preparado. En el desayuno intento no ir con prisas, necesito mi tiempo para masticar y tragar, no quiero atragantarme. Las ocho y cuarto de la mañana. En una hora tengo que estar en la estación y está muy lejos de mi casa, a media hora más o menos.

Termino de desayunar y me lavo los dientes. Peino mi salvaje pelo y me lo seco con un secador. Subo corriendo de nuevo a mi habitación a cojer mi mochila y bajo de nuevo.

—¿Nos vamos ya? —Me pregunta mi madre.

—Sí, vámonos, que es tarde. —Digo cogiendo la maleta que mi padrastro bajó antes y arrastrándola con las ruedas.

Cuando pongo un pie en el jardín, siento la planta de éste húmeda y fría.

—No me jodas... -Susurro entre dientes y miro hacia abajo. ¡Los zapatos!

Salgo corriendo hacia dentro dejando la maleta en medio de la puerta. Subo las escaleras y cuando llego a mi cuarto, busco en todos los cajones unos calcetines limpios.

—Anne, tenemos que irnos ya. —Dice Bruce desde abajo.

—¡Ya voy! —Encuentro unos calcetines y en medio minuto ya me he cambiado de unos a otros. Las botas que me voy a poner son difíciles de atar y son de cordones. Madre mía. Ato los cordones a toda prisa y se me deshacen los nudos por lo menos dos veces cada uno.

Bajo corriendo las escaleras y cojo de la silla mi mochila. Me cuelo por la puerta justo antes de que sea cerrada por Bruce. La media hora en coche se me hace corta. Decido escuchar música durante el trayecto.

En cuanto llego a la estación de tren veo allí a todos menos a Ruth. ¡Por una vez no soy la última! Gemma está acompañada de su hermano mayor; Lucy de Spencer y Suzanne, sus padres; y Allan ha venido con sus hijas gemelas y su mujer.

El Susurro de AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora