67. Mesa para uno

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La paz después de una guerra de palabras es invaluable.
Los ladridos de los perros rompen este silencio interminable.
Mi pecho duele, mi garganta se cierra y mis ojos pesan,
en este día de junio sólo mis cicatrices me consuelan.

A través de esta jaula de cemento viejo,
sólo estamos mi alma y yo llenos de lamentos.
De nada sirve ya sentir arrepentimiento,
pues mis exiguas palabras nunca resolverán el problema propuesto.


La tenue luz de la tarde se niega a alumbrar este cuarto
recelosa de ser absorbida por el demonio que escribe este relato.
En esta y otras vidas seguramente seguramente he obrado tan mal...
no sé qué tipo de karma estoy pagando, pero esto debe terminar.

Oh Soledad, agridulce compañía que mi hombro toca;
me dejas conocer los secretos de tu extraña sombra.
Oh divina ausencia de genuinas emociones,
te desprecié tanto que para ser feliz me colocas demasiadas restricciones.

2021.06.01

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