22. Arrepentimientos en vano

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(...)

Brahim...

V

olvimos riendo del bosque, sin saber siquiera que, en ese mismo momento, todo estaba a punto de desmoronarse. El sonido de nuestras voces se apagó en el aire al ver el vehículo vacío, una visión que me atravesó el pecho como un cuchillo. La risa se murió en mi garganta, reemplazada por un frío helado que me recorrió entero, cada músculo tenso, cada pensamiento nublado. No podía entenderlo. No quería entenderlo. Ellos no estaban. Alex no estaba.

Nos miramos en silencio, ese silencio que nos consumía desde adentro. Algo andaba mal, y al buscar sin éxito, lo confirmamos. La quietud era insoportable, como si el mundo se hubiera detenido, pero la ansiedad se aceleraba, desbordándose en cada respiración. Nuestros pasos sonaban demasiado fuertes, como un eco que retumbaba en mi cabeza. No sabíamos qué hacer. ¿Qué podíamos hacer? Solo nos quedamos ahí, mirando alrededor, esperando que todo fuera una pesadilla, pero no lo era. Nada lo era.

Nos tocamos la cabeza, sin saber si el gesto era por desesperación o por intentar pensar con claridad. Todo lo que tenía sentido antes, ahora se disolvía en la incertidumbre. El aire se hacía pesado, la angustia comenzaba a apoderarse de mí. Los latidos de mi corazón eran lo único que se escuchaba con fuerza, marcando un ritmo frenético.
El tiempo pasaba lentamente y, conforme nos dábamos cuenta de que realmente no iban a regresar, nos dábamos cuenta de que teníamos que actuar. Finalmente, decidimos subir al auto y dirigirnos hacia el viejo motel, con la esperanza de que pudieran ayudarnos. Al llegar, las palabras se nos atascaban en la garganta, y a medida que tratábamos de explicar lo sucedido, el nudo en nuestros estómagos solo se hacía más grande.

Guillermina comenzó a llorar, el sonido de su llanto quebrando el silencio tenso mientras pensaba en lo peor: perder a su pequeña, a su hija. Cada sollozo resonaba con una desesperación palpable. Lía, por su parte, se sostenía la cabeza con las manos, como si tratara de aferrarse a la última pizca de cordura que le quedaba.

Lo que más nos dolió a todos fue ver cómo, en medio de su angustia, ellos parecían centrarse solo en la vida de Leon y Becka. Sus ojos se fijaban en ellos con una intensidad preocupante, pero al mencionar a Alex, apenas mostraron una reacción. Fue entonces cuando ambos comprendimos lo que estaba sucediendo. El dolor, la furia, y la decepción nos envolvieron al notar su evidente indiferencia hacia Alex, lo que nos encendió aún más. ¿Cómo podían ser tan ciegos ante lo que realmente importaba? La ira empezó a arder en nuestro interior al ver que su interés parecía tan superficial. ¿De verdad nos preocupábamos solo por algunos y no por todos?

-¿¡Como no les va a preocupar Alex!? ¡Ella fue quien te unió aquí! ¡Ella nos defendió a todos!- dije totalmente enfurecido.

-Si nos preocupa, solo que... Quizás sabían algo de ellos -Me respondió Lía

-¡No encontramos a ninguno y mucho menos sabemos algo! ¿Eres imbécil? - recalque

-Escucha Lía- interrumpió Andrew- Alex siempre se preocupó en ti e incluso gracias a ella estás aquí pero el problema ahora es que siempre mencionas a Leon y nunca pero nunca lo hiciste por ella

-No sólo pienso en él, ustedes creen eso porque solo mencioné a Leon

Daba media vuelta, forzándome a no dejar que la molestia me consumiera. Ya estaba acostumbrado a esa dinámica, a verla siempre tan enfocada en Leon, mientras el resto parecía quedar en segundo plano. Alex, Lía, Becka... todos parecían no importar tanto cuando se trataba de él. Me ardía el pecho, pero me callaba. Miré a Guillermina, esperando ver algo que aliviara mi frustración, pero estaba igual de destrozada. Seguía llorando sin poder moverse. Con una mano se apretaba el estómago, como si le doliera el alma, y con la otra se tapaba la boca, intentando sofocar sus sollozos. No sabía cómo ayudarla, no tenía las palabras para calmarla.

Will All This End?  Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora