Querida Paris,
por fin me has mirado.
Has pasado tu mirada por el local y me has mirado. Tus ojos grises se han clavado en los mios. Después me has sonreido.
Joder, Paris, ¿qué me estás haciendo?
Yo te he sonreido. No sabía que hacer. Creo que me caerías bien, Paris.
Ójala algún día pudiera simplemente decirte todo sobre mi. Y que fingieras escuchar mientras las llamas chisporroteaban en la chimenea, detrás nuestro, en pleno invierno.
Hoy tenias las manos llenas de grafito. Oscuras. Casi he estado a punto de preguntarte, si te has tocado el alma.
Pero no, Paris.
Tu mirada es pura. Tú eres pura. O eso me gusta pensar.
Asi que dime.
¿Eres pura en verdad?
¿O tú también mientes?