Capítulo 11

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El viaje dura algunas horas más y con cada minuto que pasa siento que el mundo que dejo atrás arde y se hace cenizas. No hay en mi cabeza ningún escenario donde logro regresar. Siento que esto es algo recurrente en mi vida, el dejar años de ella atrás, completamente destruidos, inaccesibles. Me pregunto si es casualidad.

Tras un largo rato la carretera recta se convierte en un camino serpenteante. Las curvas pronunciadas me marean y al no tener el cinturón, ni mis manos para agarrarme, me tambaleo de un sitio a otro del asiento. Al final el dolor, el cansancio y las náuseas me pueden y cierro los ojos, tratando de relajarme y hacer que todo pase más rápido. Cuando vuelvo a abrirlos el camino es recto, pero irregular, y el coche parece avanzar a trompicones. Estamos siguiendo un camino de tierra, un desvío que deja la carretera y recorre una zona boscosa y llena de vegetación. Es un paradero bonito, sin duda, pero solo pienso en lo solitario que es.

A lo lejos noto el primer y único signo de vida humana en horas: una casa. Es enorme y blanca, con amplios cristales y un interior luminoso. Me fijo mejor, deseando ver a alguien dentro, pero sé perfectamente que no lo habrá: el propietario está llegando ahora.

Ángel se acerca a ella, aminorando la marcha y yo me hundo en su asiento. Es la típica casa moderna que alguien acomodado compraría para poder trabajar en medio de la montaña, sin que nadie pudiese molestarle. Tiene formas cuadradas, picudas y el color pulcro destaca como nieve en la arboleda, pero yo solo veo una enorme caja carcelaria para mí. El blanco se mancha de rojo cuando parpadeo e imagino. Imágenes horribles se me vienen a la mente: yo, tirado en el suelo, apenas luchando por rodar y no ahogarme en un charco de mi propia sangre, mármol salpicado de rojo y él, abriendo cajones de bruñido metal en busca de un cuchillo de carnicero. Sus ojos verdes, atentos e inexpresivos, el gorgoteo de mi garganta mientras trato de respirar. Me imagino recapitulando en mis últimos instantes de vida, la persecución, y arrepintiéndome por no haberlo hecho mejor.

Me imagino en esa casa gigantesca huyendo, buscando rincones entre escaleras de espiral y pasillos diseñados para ser atajos para él y laberintos para mí. Me veo cayendo por ese diseño trambólico que me atrapa, cual trampolín, hacia las manos del dueño de la casa. Mi dueño. Me aterra ese lugar y me aterra la forma apacible en la que está situado en medio de la nada: la densa arboleda, las flores que brotan tranquilamente, la hierba verde... todos indicios de que por aquí no pasa nadie. Es una casa aislada, con el único indicio de vida humana siendo el camino de tierra despejado por el que pasa este coche. Si achico la vista y miro hacia el horizonte no veo ni un solo vecino, ni una sola ciudad. Estoy en medio de la nada, atrapado con un lunático.

Nos acercamos más a la ominosa casa y la enorme puerta en el porche se levanta, dejando pasar el coche hacia el interior. El garaje es amplio, pero cuando la puerta se cierra automáticamente, cortando la luz del sol que entra, se me hace diminuto. La luz amarillenta del interior ilumina todo, menos las esquinas, y siento que cualquier cosa me espera ahí. Ángel quita el seguro de las puertas y sale mientras yo miro por la ventanilla. Hay una pared con cosas colgadas: llaves inglesas, destornilladores, alicates... todos colocados con una simetría tranquilizadora, muy calculada, son las herramientas típicas que alguien tendría en un garaje, pero...

Un golpe me interrumpe, Ángel ha tirado al suelo algo tremendamente pesado. Miro por el retrovisor y lo veo cerrar el maletero con una bolsa de deporte a sus pies. La abre y remueve el contenido con la mano, comprobando que está todo en orden.

El niñero (Yaoi) [EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora