Capítulo 21

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Sé que ha pasado un día por la única razón de que Ángel ha regresado, para darme de comer, presupongo. Esta vez no me ha servido contar cuantas veces he dormido porque he sido incapaz, hacía demasiado frío y no tengo nada con lo que cubrirme. Incluso en un momento de desesperación he intentado dormir en el suelo y ponerme el pesado colchón encima para ver si me daba calor, pero el jodido cemento parece hielo y ha sido peor el remedio que la enfermedad.

Lo oigo bajar las escaleras sin mucha prisa y luego enciende la luz. Para cuando me he acostumbrado a ella y logro ver algo él está enfrente de mí, acuclillado frente al colchón con una bandeja en sus manos.

La miro algo reacio y luego le miro a él, esperando a que me diga la maldita locura que debo hacer a cambio de comida.

—Adelante, es toda tuya. —dice con una sonrisa.

Deja la bandeja sobre mi colchón y él se sienta en el suelo frente a mí. La miro con desconfianza los primeros segundos, pero el hambre y la sed me acaban ganando y empiezo a comer y beber de la botellita.

Él me observa en silencio, manteniendo una pequeña sonrisa que no me da buena espina. Me inquiera su presencia y me hace sentir avergonzado que me mire, pero agradezco que se quede porque al menos puedo comer con luz y con la certeza de que no voy a estar solo siempre. Me cuesta un poco tomar los alimentos e incluso masticar por culpa del frío que tengo, no paro de tiritar y noto cada músculo tieso. No quiero molestarle, pero...

—Ángel... ¿Podré tener ropa?

—¿Para?

Trago saliva, su tono duro me hace sentir que no tengo derecho a exigir nada. Pero estoy tiritando y muerto de sueño.

—Tengo mucho frío... —confieso, jugando con el tenedor en el plato vacío con tal de no tener que mirarle a los ojos.

Él retira mi bandeja y la desliza en el suelo lejos de mí, luego se inclina, acorralándome.

—Puedo solucionar eso sin ropa... —susurra en el mismo tono ronco en que ayer me pedía que dijese su nombre.

No. No, por favor. No de nuevo. Conozco esa voz raposa por el deseo, esos ojos brillantes, esa sonrisa que esconde asquerosas intenciones.

No.

Pero no soy capaz de decirle una palabra tan sencillo, solo me alejo de él, girando mi rostro, pegándome a la pared e incapaz de empujarlo. Cuando lo pienso recuerdo mi cabeza bajo el agua, mi tobillo atrapado en la puerta del coche, el armario viniéndoseme encima. Recuerda la terrible y absoluta certeza de que moriría de dolor.

—Vamos, no seas tímido —dice, tratando de incitarme. Coloca una mano en mi vientre, rozándolo con los nudillos, y sube por él despacio mientas yo noto mi cuerpo pesado. Su mano es tan fría... —, ayer te gustó que te tocase.

Y quiero decirle que no. Que no me gustó, y que un orgasmo jamás va a borrar el asco que siento de mi cuerpo ahora, que no resistirme no significa que quiera huir y que tener un cuerpo que responde a estímulos certeros no significa que no pasase miedo cada segundo. No me gustó y el placer que me obligó a sentir no es prueba alguna de lo contrario.

Pero, igual que antes, mis labios parecen desconocer la palabra <<no>>. Me aterra pronunciarla, como si invocase con ella a un vil demonio. Incluso si Ángel me aterra cuando se comporta con tal lascivia, tengo todavía más miedo de verlo enfadado. Es por eso que no respondo, solo cierro los ojos y trato de pensar en otra cosa mientras me besa.

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