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En mi neverita queda todavía comida para varios días, más de una semana incluso y considerando que a él no le importa hacerme pasar algo de hambre podría tardar dos semanas en volver si es que quiere conservarme con vida. La idea se convierte en una enorme bola que me cuesta tragar y procesar. Dos semanas son casi otros veinte días y apenas he podido aguantar estos.
La madera del primer escalón cruje, lo miro con ojillos de cachorro y él, extrañamente, me devuelve la mirada y me sonríe.
—Vendré mañana —dice antes de marcharse.
Y aunque de nuevo me quedo solo y a oscuras, esta vez estoy tranquilo. He hecho bien en no preguntar.
Sorprendentemente el tiempo pasa rápido esta vez. La espera hace que algunos minutos se sientan eternos y hasta llega a sembrarse la semilla de la duda en mi mente ¿Y si me ha mentido? ¿Y si no viene? Pero recuerdo su voz, su sonrisa... por alguna razón siento que me ha sido sincero. Esa extraña certeza hace que la luz llegue antes de lo esperado.
Ángel abre la trampilla y se adentra despacio, bajando con cuidado de que no se le caiga lo que lleva en las manos. Una bandeja al parecer. Me siento feliz, me dará de comer algo mejor que agua y el pan que había en la neverita y también obtendré algo para el dolor. Hoy es un buen día.
Parece que también lo es para él. Baja silbando el ritmo de esa canción que tengo clavada en el trastero de mi memoria.
<<Oh, gavina voladora, que volteges sobre el mar... i al pas del vent mar enfora, vas voltant fins arribar...>>
La voz dulce de mamá se oye distante, distorsionada. Se mezcla con la de Ángel y me inquieta un poco. Un leve olor a metal me hace arrugar la nariz, pero tan pronto como viene, se va.
Él enciende la luz, se acerca con la bandeja entre las manos y la deja sobre mi regazo. Luego se sienta en el suelo, cerca de mí. No me dice nada, pero ayer tampoco lo hizo cuando me besó y él siempre me hace darle algo a cambio por la comida ¿Está esperando que le bese? No me lo ha ordenado, pero me mira tan fijamente...
Me está poniendo a prueba.
Me inclino hacia él sin dudarlo, dispuesto a pagar el precio. Sonríe un segundo antes de besarme y, como ayer, es realmente gentil. Por primera vez, sus besos no me asquean tanto y eso me asusta. Antes me había sentido en una extraña encrucijada cuando la idea de él cerca de mí me repelía, pero temía que me dejase solo de nuevo, pero ahora descubro algo peor que los sentimientos encontrados: hallar solo calma en sus labios.
Quiero, necesito, odiar su tacto, pero después de tanto tiempo de frío el calor de sus labios es un regalo. Soy estúpido, estoy loco ¿Por qué? ¿Por qué le correspondo el beso por obligación, pero disfruto por masoquismo? Es eso, debo ser masoquista, una persona extraña, perturbada... no lo era antes, pero ahora siento que él me ha roto.
Pone su mano en mi mejilla y tomo aire, asustado, pero desliza su pulgar despacio y me limpia lágrimas que ni sabía que estaban brotando. Es tan amable... ¿Por qué hace todo esto? Su tacto se siente terriblemente humano, pero mi cuerpo magullado solo tiene marcas de un monstruo.
No logro entender como son la misma persona, como tiene garras y colmillos con las que me despedaza la cordura y la vez una mano que me ase la mejilla y una boca que parece tragarse toda mi angustia. Cada beso, un sorbo. Siento que ya no me ahogo.
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El niñero (Yaoi) [EN AMAZON]
RomanceTyler tiene una vida tranquila, no hay grandes preocupaciones que lo mantengan en vilo por las noches, ni siquiera le da gran importancia a tener una laguna en su memoria que le ha hecho olvidar su adolescencia. Un día descubre que durante esos años...