Mi corazón late tranquilo, mi respiración es liberada de la cárcel de mi pecho con un largo suspiro y el mundo está nítido de nuevo. Su voz, como un reclamo, me arranca de ese feo lugar en el que me estaba hundiendo.
Trago saliva, angustiado, porque si es él el único que puede salvarme, prefiero estar perdido. Su voz me llena los oídos y las lágrimas acuden a mis ojos. No quiero hallar paz en sus brazos, no quiero hallar cariño en sus labios. Si mi cuerpo ha sido adiestrado para buscarle, para anhelarle, prefiero tener otro ataque.
Y esta vez que me reviente el corazón.
—Oh, bebé, no llores —murmura, acariciándome el rostro y quitándome cuidadosamente las lágrimas. Hace un puchero y con sus labios mullidos por el gesto me da un pequeño beso en la frente.
Sus manos son tan cálidas y su sonrisa tan luminosa, su presencia, horrible presagio de dolor y muerte, me toca con una calma que solo el amor podría conseguir.
Lo odio. Odio estar a merced de este loco, odio que mi único consuelo sean sus caricias, sus palabras cubiertas de azúcar. Odio el ansia con que devoro el afecto que me ofrece. Odio estar hambriento por más. Me odio tanto como le odio a él. A sus yemas aterciopeladas contra las que pongo la mejilla, a sus ojos pequeños, rasgados, que me ven con un brillo lleno de orgullo, a ese rostro atractivo, ese cuerpo grande y ese cosquilleo bonito que me viaja desde el rostro hasta las tripas cuando me toca.
Oh, Dios, ayúdame: creo que la locura se contagia.
Me inclino y lo beso porque me ha dado calma y como cuando me da comida, sé que debo agradecer. Al principio me quedo congelado, aterrado por si interpreta mi iniciativa como osadía. Veo de reojo como sube su mano y cierro con fuerza los ojos, pero jamás llega el golpe, sino que la pone en mi cuello con delicadeza y me ase hacia él mientras me corresponde.
Dejo que domine el beso, porque siempre debe ser así y me amoldo a sus dedos. Cuando lame mis labios abro la boca, obedeciendo a la orden que su lengua da sin palabras; se adentra en mi boca, la controla, la posee. Mi lengua responde tímidamente, jamás demasiado vigorosa ni demasiado quieta. Él parece encantado con mi sumisión y sus labios se retiran en una gran sonrisa.
—Estás tan contento de estar fuera... —me dice riendo un poco, mirándome desde arriba con esa soberbia que tanto me hace sentir como un pequeño niño. —Ven, agradécelo un poco más.
Sus dedos se afirman más en mi garganta y cuando trago saliva él me sonríe malicioso. El ósculo es ahora demandante, rápido. Me muerde la lengua y los labios, aprieta, tira y lame la zona sensible y enrojecida haciéndome temblar y luego vuelve a morderla. Esta vez aprieta lentamente, dejándome saber que me hará sangre. Yo aguanto las lágrimas y los gritos, me quejo bajo y noto como el calor me sube al rostro y como mi labio pulsa bajo sus dientes, a punto de rasgarse.
Me está dejando claro que tengo una deuda que saldar y que esta pequeña dosis de libertad se paga con sangre y quien sabe si más.
Por fin brota y él me suelta el labio, el sabor metálico me llena rápidamente la boca y la nariz y él parece tentado. A mí me repugna, me recuerda al óxido y las cadenas, al dolor del tobillo, a la oscuridad de esa salita. Su lengua pasa una y otra vez sobre la herida, probándola, presionando la suave carne abierta y tiñéndome los labios de carmesí.
Cuando se separa de mí sus ojos verdes brillan como si estuviese viendo lo más hermoso del mundo. Están pegados a la herida de mi labio y bajan poco a poco, recorriendo una gota que me mancha el mentón. Se relame, la lengua roja y brillosa limpia elegantemente sus comisuras, sin dejar rastros del crimen, y luego lleva el pulgar a su mi rostro y recoge la pequeña gota. El dedo transporta la perlita roja hacia su boca sin derramar nada en el camino y en un segundo lo deja impecable.
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El niñero (Yaoi) [EN AMAZON]
RomanceTyler tiene una vida tranquila, no hay grandes preocupaciones que lo mantengan en vilo por las noches, ni siquiera le da gran importancia a tener una laguna en su memoria que le ha hecho olvidar su adolescencia. Un día descubre que durante esos años...