Capítulo 32

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Es como si alguien anudase un ancla en mi estómago y la tirase al fondo del mar. Me retuerzo entero por dentro, pero por fuera solo me quedo clavado en la cama.

—No seas perezoso —me regaña Ángel divertidamente y acto seguido me alza en volandas como si no pesase más que el aire.

M agarro a su cuello y no quiero soltarlo nunca y menos sabiendo a donde me lleva: la cocina, ese lugar donde la trampilla que lleva a mi frío infierno. Quiero preguntarle si me encerrará de nuevo y cuanto tiempo, pero sé que mis preguntas le molestarán: es en el hecho de que yo no sepa la respuesta donde reside si increíble poder sobre mí.

Me aferro más fuerte, escondiendo el rostro en su cuello cuando llegamos al salón, y él me acaricia con los pulgares. Da un beso en mi coronilla y me alzo un poco para buscar sus labios. No sé si me entrego así para sobornarle y que no me encadene de nuevo o si busco el único placer al que tengo derecho.

Ángel cierra los ojos y anda despacio, me aprieta fuerte con sus manos mientras los labios corresponden rápidamente a mi demanda de atención. Noto algo duro y frío contra mi costado y me alerto, pero me tranquilizo cuando noto que es el borde del mármol de la cocina. Ángel me sienta delicadamente ahí, sin interrumpir el beso ni un segundo y tomándome con una mano de la cadera y con otra del rostro para robar toda mi atención.

Y pensar en lo feliz que me habría hecho tener a un chico apuesto y fuerte que me subiese a los muebles de casa y me besuquease entero antes de irme corriendo a la tienda de Oliver, haciéndome llegar con unos minutos de retraso y los labios rojos como cerezas. Intento imaginar eso, cerrar los ojos fuerte y concentrarme en la forma llena de cariño con la que Ángel me trata. Él me quiere, no me miente cuando me dice eso, pero también está loco, terrible, peligrosamente loco; y eso nada puede compensarlo, pero al menos puedo tomar estos momentos bonitos e imaginar que son todos así.

Que cuando abra los ojos estaré en mi apartamento y él será un novio gentil y equilibrado, de esos que te revuelven el pelo y quieren ser la cucharita pequeña incluso si miden más que tú. De esos que te acompañan a las fiestas, aunque estén enfurruñados y se vengan después mandándote mensajes subidos de todo en tu horario laboral. De lo que te regalan bombones, se acuerdan de tu cumpleaños y te hacen pensar que el mundo es un sitio bonito.

Que hermoso sería vivir así, si tan solo pudiese moldear la realidad un poco... pero las manos que me sostienen con calma están manchadas de sangre y mi bonito novio es un monstruo podrido bajo esas hermosas capas de piel. No es mi novio, siquiera, sino el lunático que me ha quitado mi libertad.

Ángel me muerde el labio, como si pudiese leer mis pensamientos y me castigase por recordar lo amarga que es la situación. Exhalo un sonido ahogado, pero que a él parece sacudirle por completo y acerca mi cuerpo al suyo con un brusco tirón. Sus labios se vuelvan en los míos y su lengua me recorre con voracidad; entre las dos bocas hay fuego, electricidad o cómo quiera que se llame esta magia que me hace hormiguear los belfos y me recuerda que estoy vivo.

Sus dedos se me clavan en las costillas y su respiración pesada y caliente me llena la boca. Me separo, sintiendo mi corazón a mil, y me siento como si cayese desde un precipicio.

Ángel tiene la cara roja hasta las orejas y en sus manos grandes venas resaltan. Se deshace rápido de su camiseta y acto seguido tira de mis pantalones hacia abajo.

—Espera, esp-

Corta mis palabras sin miramientos agarrándome de las piernas y abriéndolas en el acto y un segundo después sus pantalones están bajados.

Mi pecho se hunde de dolor.

No. Yo no quería esto.

—Ángel, Ángel, por favor, espera —suplico en voz baja, mordisqueándome los dedos mientras lo veo lleva su mano a su entrepierna y alinearse conmigo.

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