Capítulo 36

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Me acerco renqueando un poco y me apoyo en la encimera frente a él. Me acaricia la cabeza y miro la sartén lista para cocinar alguna fritura. El aceite burbujea un poco y el olor me hace acordar a las ferias que ponían enfrente de casa cuando era muy pequeño. Papá no me dejaba ir.

Me hace feliz que ese recuerdo vuelva en forma de delicioso desayuno. Me hace feliz Ángel, incluso si le odio cuando recuerdo qué me ha hecho. Siento que le debo algo, así que me acerco hacia él con los labios acolchados y los ojos cerrándoseme. Un beso será un buen agradecimiento.

Noto mil pinchazos en mi cabeza y abro los ojos con horror. Sus dedos, enredados en mi cabello, tiran de mi cabeza lejos de su boca fruncida, al igual que el ceño. Sus ojos lucen oscuros, el hermoso verde tornándose un color consumido por la negrura: es veneno, es tempestad.

—¿Sed? ¿No se te ha ocurrido una excusa mejor cuando te he pillado intentando escapar o es que piensas que soy retrasado y me voy a creer la primera gilipollez que sueltes?

Sus dedos se aprietan contra mi pelo, arrancándome lágrimas y un grito lastimero. Todo mi cuerpo se congela, a su merced. Me ha pillado. Me ha pillado y a esperado a que me confiese. He sido un idiota por mentirle; si he intentado escapar al menos debería haber sido suficientemente sincero como para confesárselo cuando me ha pillado y haberme lanzado al suelo a rogar por su perdón. ¡Me arrepiento! Me arrepiento de haberlo intentado, pero le he mentido y ese ha sido mi mayor error.

Quizá si hubiese sido honesto...

—¡Yo! ¡Yo no...!

—¡Cierra la boca! —exclama profundamente irritado mientras me tira del pelo.

Chillo con horror, la sensación de cientos de agujas metiéndoseme en el cráneo me marea y no entiendo qué pasa hasta que es reemplazada con un golpe seco. Me froto la cabeza y veo que estoy en el suelo. Ángel me mira desde arriba con tanta ira... su voz rasposa, el cuerpo enorme y esos ojos bonitos convirtiéndose en una puerta al infierno. Su figura es la de un dios. Uno que no tendrá piedad.

Levanta su pie y me cubro, listo para una patada, pero lo único que siento es su monstruosa presión sobre mi garganta, clavándome en el suelo. Me pisa como a un insecto, aumentando la fuerza despacio, recreándose en ver mi desesperación mientras me quedo sin voz para rogar. Voy a morir, he sido un tonto. No debí intentar escapar, no debí mentirle. Luego se detiene.

—Cállate, tus disculpas no valen una mierda, Tyler, no te estoy regañando para que seas un falso y pidas perdón. No quiero más mentiras, no digas que lo sientes. —su voz tiembla un poco, su rostro iracundo flaquea, como una máscara que se resquebraja y deja atisbar qué hay detrás: tristeza, decepción. Tiene los ojos cubiertos por una película de lágrimas y su brazo venoso y tenso tiembla un poco. Le he hecho daño y extrañamente no me siento bien por ello—No lo sientes, no aún.

Los tendones de su brazo se tensan, agarra más fuerte aún el mando de la sartén y la saca del fuego. Oigo el aceite chisporrotear y lo miro con los ojos abiertos. No. No puede ser posible.

—Incluso con la cara quemada y desfigurada te seguiría queriendo ¿Sabes? Y aun así tú te has aprovechado de que me preocupo por ti para intentar irte... Soy demasiado bueno contigo, demasiado crédulo; todavía soy un estúpido niño. —murmura, al borde del llanto.

Veo con horror como ladea la mano y la sartén se inclina un poco, sobre mi rostro. El aceite no cae aún, pero unas pocas gotas saltan por el calor y me caen cerca del rostro. No puedo pensar, ni respirar, ni hablar. No puedo moverme. No puede estar pasándome esto.

Va a... va a quemarme la cara. Va a dejarme deformado. Ciego. No... no...

—¡NO, ÁNGEL, POR FAVOR! —suplico con todas mis fuerzas, retorciéndome bajo su bota como un gusano. Pisa más fuerte, ahogándome. —¡ÁNGEL, ESPERA, ESPERA!

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