Capítulo 38

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Necesito tiempo para procesar lo que sucede, para hacerme a la idea de que pasará. De que soy yo quien está haciendo esto.

El estómago se me revuelve cuando pienso en mi situación ¿Qué clase de víctima complacería sexualmente a su captor solo para que este no le odie? ¿Acaso no deberíamos odiarnos? Siento que me vuelvo loco, que me ha contagiado lo que quiera que sea que tiene en el cerebro y le hace actuar tan irracionalmente por mí y me está sucediendo lo mismo. Porque, Ángel, ahora mismo haría lo que fuese para recuperarte.

Él se levanta un poco de la silla para ayudarme a bajarle los pantalones y la ropa interior. Trago saliva cuando tengo su miembro frente a mi rostro; bajo la mesa no puedo ver qué expresión pone y tan siquiera me habla para darme indicaciones, me siento tan perdido, tan vulnerable. Pero no merezco ayuda, no después de lo que he hecho.

Me limpio las lágrimas con el dorso de la mano y luego la uso para rodearlo; está suave y blando por el momento. Llevo la mano izquierda a su estómago, extiendo la palma sobre los poderosos y músculos y la bajo despacio, acariciando, siguiendo el camino de bellos claritos desde su abdomen hasta la base de su hombría. Entierro mis dedos en la maleza de esa erótica zona, araño un poco sin hacerle daño. Luego vuelvo a subir, nuevamente rozándolo con mis uñas y notando como su cuerpo se contrae. Su vientre se tensa con un par de caricias y puedo sentirlo en los abdominales duros bajo mi palma y en cómo su pene empieza a sentirse más caliente, un poco más grande también. Lo tomo firmemente y me lo acerco a la boca con duda.

Es grande incluso estando medio adormilado, me hace sentir inexperto y torpe. Cuando solía salir los fines de semana para tener sexo con cualquiera no era yo nunca el que estaba de rodillas o abajo, pero Ángel no parece de los que se someten y no me atrevo a insinuar que probemos otra cosa.

Abro un poco mi boca y lo acerco, pero el nerviosismo me recorre entero y me paro unos segundos para regular mi respiración. Todavía no he empezado y ya siento que me ahogo. Me limito a acariciar su estómago y bajar de vez en cuando a sus caderas, arrastrando mis uñas cuanto más me acerco al norte prohibido. Sostengo su hombría, derramando mi aliento en ella; crece por la anticipación.

No quiero llevarlo a mis labios todavía, no estoy preparado. Primero quiero darme mi tiempo, adorar su cuerpo y hacerlo sentir bien. Quiero compensarle por el mal que he hecho, no terminar rápido una tarea que me quiero quitar de encima. Necesito que sienta mi dedicación, mi esfuerzo, mi necesidad. Y también necesito ir despacio por mí mismo, porque, aunque desee que Ángel vuelva a ser el chico dulce de ayer también me aterra horriblemente el hombre agresivo que sé que puede despertar en cualquier momento.

Los monstruos tienen un sueño ligero, papá me enseñó eso.

Su cuerpo sube y baja levemente, las respiraciones son cada vez más profundas y empieza a crecer en mi mano derecha, irguiéndose y extendiéndose. Lo noto pulsante, caliente, deseoso. Un par de gotas de presemen perlan su cabeza enrojecida y necesitada de atención.

Detengo mis caricias, agarrando con dos manos su ancho eje ahora que ha crecido suficiente como para que me cueste domarlo con una sola, y lo atraigo hacia mis labios. Me quedo a un centímetro de probarlo.

—Siento haber intentado irme, Ángel —digo en un pequeño susurro, mi aliento cálido se derrama sobre su excitación, más cerca que antes.

Su cuerpo tiembla y se tensa en anticipación, lo oigo mascullar una maldición y su voz llena de deseo me conforta tanto. Me gusta saber que lo complazco y eso aplaca un poco mis tremendos nervios.

El niñero (Yaoi) [EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora