1. ¿Cómo superarlo?

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MARYERE POV'S

—Han pasado casi dos años y no lo superas —señaló el rubio que entraba a la sala desde la cocina.

—Puede pasar toda mi vida y no haré eso —respondí intentando sonar a que no tenía importancia—, aunque tal vez no sea cosa de superar, ¿cómo superas que te rompan el corazón? —pregunté.

Nathaniel sonrió.

—Perdonando —dijo.

Perdonando dijo él, pero yo no podía perdonar a Castiel, él me había hecho mucho daño, demasiado para poder recordar sin que mi corazón se hiciera chiquito y mis ojos una fuente interminable de lágrimas.

Pero no dije nada por tres razones, la primera es que no quería discutir algo por demás hablado con el rubio que estaba frente a mí, la segunda es porque no quería volver a llorar —estaba cansada de eso— y la última es que en la habitación contigua había alguien solicitando mi presencia.

Me levanté respirando profundo para calmar mi corazón —la sola imagen de ese falso pelirrojo me descolocaba totalmente—, sacudí mi cabeza como esperando que las ideas que lograron infiltrarse en mi mente desaparecieran, y entré al cuarto rosa pastel y verde limón relleno de tanto amor como yo sentía por la pequeña que lloraba en la cuna blanca al centro de la pared frente a la puerta.

Tomé en mis brazos a la pequeña que compartía color de cabello conmigo y con el pelo teñido de su padre para calmarla. —A veces imaginarnos juntos me hacía sonreír. Tres pelirrojos en el parque debería ser desconcertante—. Ella dejó de llorar al sentir mi abrazo. 

—Solo no puedo perdonar a tu papi Cas —dije tras besar su pequeña cabeza.

—Eso dices —dijo Nathaniel que me había seguido—, pero casi le pusiste su nombre, le platicas a ella de él todo el tiempo y estoy seguro que esperas un día pasear junto a él en el parque.

Lo miré con reproche y me dirigí a la cocina sin decir nada.

Preparé la mamila de Cassy y me encaminé a la sala. El rubio me seguía esperando una respuesta, así que al final se la di.

—Esto es cosa entre él y yo —dije—, Cassy no tiene nada que ver en nuestros problemas, ¿verdad mi amor? —pregunté con una enorme sonrisa a la pequeña de casi un año, ella me sonrió.

—Ajá, eso dices. Pero no le dices nada de ella a él —insistió Nathaniel en hablar de un tema que me molestaba—. Maryere, eres bastante incongruente, dices muchas cosas que no van con lo que haces.

Suspiré.

—No es tan fácil hacer cosas —aseguré—. Castiel no me quiere y a mí me duele demasiado, además, Cassy no necesita a nadie más que a mí.

El rubio negó con la cabeza mientras me miraba con cansancio, se levantó del sofá en que estaba y llevó su taza a la cocina. Escuché el grifo abrirse y después de escuchar la taza caer en el escurridor lo vi salir secando sus manos con una toalla que dejó sobre el sillón. Eso me molestaba, pero ya me había acostumbrado. Mil veces le había dicho que no lo hiciera y mil veces lo hizo sonriéndome descaradamente. Me rendí.

—Deberías volverlo a pensar —sugirió Nathaniel tras besar mi cabeza, acariciando la mejilla de mi pequeña hija—. ¿Cuánto tiempo piensas que puedes ocultarla de él cuando estarás en la misma universidad?

Respiré profundo intentando digerir esa amarga verdad. Yo estaba por entrar a la universidad, a la misma que Castiel, eso aumentaba las probabilidades de encontrarnos.

—Debió hacer exitosa su banda y largarse en interminables giras en lugar de estudiar —dije cómo si hubiera sido la solución. 

Nathaniel rió con ganas, recordándome algo antes de abrir la puerta de salida.

—No puedes ocultarte para siempre —dijo—, ni a ella.

Suspiré. Lo sabía y me dolía no poder negarlo. 

Nathaniel se despidió de mí con esa gran sonrisa que yo amaba, yo dije adiós con mi mano. Entonces, en la soledad de mi sala, me pregunté qué debería hacer, pero las respuestas no eran obvias, y las que lo eran no me gustaban nada.


Continúa...

DEL ROJO DE MI SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora