Maca
Ágata puso una lasaña como recién salida del horno en el centro de la mesa. Dudé si la había preparado ella, pero tampoco le pregunté.
No podía dejar de pensar en Rubí.
Cruzamos escazas palabras en el ascensor. No las suficientes como para descubrir cuánto recordaba, pero sí para saber que nos conocía. Al menos nos conocía.
Y era mamá. Ese pequeño dato no dejaba de sorprenderme.
¿Cómo pasó?
O sea, no, no quería imaginar cómo pasó, pero... Me había perdido tanto de ella, que ahora nuestras nuevas realidades eran completamente incompatibles. Si alguna vez pensé en poder regresar a su vida, todo eso se había esfumado. Yo no tenía nada que hacer ahí.
El almuerzo transcurrió normal.
Ágata nos contó que Esmeralda se volvió conocida en Instagram y con eso llegó a trabajar gestionando las redes sociales de una revista que yo no había leído nunca, pero que sonaba famosa, y vivía con su pololo, un fotógrafo de apellido francés que también parecía reconocido. Rubí, por otra parte, seguía viviendo en el departamento junto a Gema, mientras terminaba de estudiar nutrición.
—¿Y el Sergio? ¿No anda con ustedes?—preguntó.
El tono de la conversación se agravó. Miré a Jose, quien había desviado su atención a los restos de comida en el plato, seguramente para evitar responder aquella pregunta. Ninguna de las dos quería hablar y el ambiente se tornó demasiado incómodo.
—Falleció —comenté, por fin. —Pasó hace unos meses, por eso nos vinimos.
—Lo siento —dijo por lo bajo. Parecía de verdad afectada, así que no siguió excavando en el asunto. En vez de eso, nos levantamos para llevar las cosas devuelta en la cocina, lo cual agradecí.
Ágata y mi papá siempre fueron muy amigos, desde que las Cárdenas llegaron al edificio, pero su amistad se vio perjudicada cuando se enteró de mis sentimientos por Rubí. Me sentía culpable. No lo había visto así de contento con alguien desde mi mamá. Su muerte lo marcó para siempre y yo amaba verlo llegar a la casa con el ánimo por las nubes cada vez que se veía con la vecina; así que nos escondimos. Él siempre pensó que Rubí y yo fuimos solo amigas, aunque sabíamos que lo sospechaba.
Estábamos en el sillón, conversando trivialidades, cuando escuchamos el timbre.
—¡Aló! —gritó una voz infantil.
Me acomodé entre los cojines, lo más normal que pude, cruzando las piernas. Mis palpitaciones aumentaban y Jose me miraba entretenida. Reírse de mí era su forma de ocultar que ella también estaba nerviosa.
—Si ya me vio, mommy... —escuché murmurar en la entrada. —Abajo... ¿Les dijiste...?
—Hola de nuevo —dijo Gema. Se había colado entre Ágata y Rubí, quienes seguían hablando en la puerta. Extendió sus puños para chocarlos, uno hacia mí y otro hacia Jose. Usaba una jardinera de mezclilla y el cabello recogido en dos moños tipo tomate.
—El Miguel le enseñó a saludar así —dijo Rubí, metiendo las manos en los bolsillos traseros de su pantalón, mientras se acercaba a nosotras.
Automáticamente presioné mi mandíbula. Sabía que era estúpido guardarle resentimiento a Miguel por algo que pasó hace tanto tiempo, pero fui yo quien consoló a Rubí cuando lo encontró en su pieza con alguien más. Le advertí tantas veces que le haría daño y no me escuchó. Jamás entendí lo que veía en él. Me hervía la sangre pensar que no recordaba todo lo que la hizo sufrir o, peor aún, que quizá habían vuelto a estar juntos.
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Siempre tú | Rubirena |
Fiksi PenggemarRubí se olvidó de Maca. Años después se reencontraron, pero Rubí ya no estaba sola.