55- No sé en qué momento he adoptado a los dos gemelos

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No queríamos separarnos mucho porque ya habíamos visto lo peligroso que era que los chicos estuvieran en la ciudad, así que decidimos repartirnos de forma que Rome, Arthur y Gunnar fueran al antiguo apartamento compartían el brasileño y Lucas. Mientras que este último, Elya y yo estaríamos en mi casa. Nosotros nos llevábamos a Sol, Luna y Estrella.

¿Era buena idea? Lo dudaba. ¿Había alguna opción mejor? Que nos solucionase el problema rápido, no.

Nos instalamos rápidamente, pues los tres estábamos ya cansados y teníamos ganas de acostarnos.

Por supuesto, hubo pelea sobre quién dormía en la cama y quién en el sofá. Por supuesto, no pensaba dejar que ninguno de ellos cogiera el sofá. Así que, por supuesto, acabamos los tres en la cama. Calor humano, oye, que estábamos ya en diciembre y hacía frío.

Dejamos nuestras mochilas con ropa tiradas por mi cuarto y nos organizamos. Lucas me pidió si podía hacerse algo de cenar mientras nosotros nos poníamos cómodos y yo, como buena anfitriona que soy, le enseñé dónde estaban los cereales.

Me hizo gracia cómo se quedó él solo sentado medio encogido en una silla de la cocina comiendo tranquilamente. La gran sudadera negra que llevaba, junto con los tatuajes que se entreveían, y el beanie y los pantalones del mismo color le daban un aspecto amenazante pero tierno al mismo tiempo.

Decidí dejarlo tranquilo, había visto cómo se había pegado todo el viaje hasta la ciudad jugando con las manos de Elya para tranquilizarlo. Había parecido funcionar, más o menos, pero el chico australiano parecía realmente agotado.

En mi habitación aproveché que no había nadie para ponerme el pijama y ordenar un poco las cosas. No me haría gracia precisamente que los chicos vieran mi ropa ensangrentada o mis armas asomando del armario.

—De verdad que estoy cansado de todo esto —se quejó Elya alzando los brazos dramáticamente entrando al cuarto dándome un susto horrible.

Yo al cruzarme en dirección contraria a él para ir al baño le rodeé la cabeza con un brazo y le di un beso en su carnosa mejilla. Después de bajarse del coche en mi apartamento, había estado colgándose de Lucas y de mí como una lapa. Creo que necesitaba algo de contacto físico reconfortante para compensar los días que había pasado aislado.
Elya rio como un niño antes de sentarse en el borde de la cama y empezar a ponerse unos pantalones cortos grises y una camiseta blanca para ir más cómodo.

En el baño me lavé la cara y los dientes tratando de refrescarme un poco la mente. Luego me aseguré de que los tres gatos que rondaban el salón estaban bien y tenían comida, bebida y todo lo que necesitasen.

No paraban de maullar cuando alguno de nosotros se acercaba a acariciarlos, pero se dejaban hacer, sorprendentemente.

Vi que Lucas seguía súper concentrado en sus cereales así que lo dejé tranquilo y volví a mi cuarto.

Me tumbé boca arriba en mitad de la cama con los brazos y las piernas abiertas cual estrella de mar. Estaba reventada. Elya, que seguía sentado al borde de la cama pero con otra ropa, me miró con una ceja levantada.

—¿Qué? Yo también estoy cansada —dije con una media sonrisa que se le contagió.

Él se levantó y se sentó con las piernas cruzadas en el hueco que dejaban las mías, mirándome. Estuvo así unos segundos antes de preguntar:

—¿Puedo abrazarte?

No sé si fueron sus ojos almendrados o el tono tímido con el que lo preguntó, pero a mí se me encogió el corazón.
Le hice un gesto con los brazos para darle a entender que estaba bien y se dejó caer sobre mí. Rodeó mi cintura con los brazos, estirando una pierna y dejando la otra doblada en la típica posición que se usa para dormir boca abajo. Yo doblé las mías hacia arriba para dejarle más espacio. Cuando enterró su cabeza en mi cuello, respiré profundamente; una vez más, estaban buscando refugio en la persona equivocada.

Tinta Negra [TN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora