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A dos años de aquel compromiso y aquella promesa en el altar, Minying sentía que era solo un objeto en la repisa de trofeos y medallas de Min Yoongi, su valor solo radicaba en la matriz que portaba, pero incluso aquello se veía obsoleto, el amor vendrá después, eso le había repetido su madre todas aquellas veces en las que Minying la había visitado para tomar el té. Aquella joven sumisa se sentía frustrada, a pesar que desde su boda habían pasado ya dos años, no había tenido con Yoongi algún acercamiento íntimo, pues su ausencia y la frialdad con la que le hablaba era el obstáculo primordial. Muchas veces su madre le llamó la atención, la reprendió y destacó algunos errores tan llenos de incoherencia que la propia Minying, aún sabiendo que eran erróneos, los tomó en cuenta.

La bella mujer mejoró sus habilidades de comida y repostería, inclusive había intentado en un par de ocasiones seducir a Min Yoongi lanzando miradas discretas, mostrando sus tobillos y dejando su cabello suelto cuando se encontraban los dos solos en casa por las tardes, si alguien ajeno a su hogar observara aquellas señales tan atrevidas de seducción no dudarían en tacharla como una mujer sin valor, como se les clasificaba a las prostitutas, pero a pesar de todos aquellos intentos, Yoongi parecía ciego ante el cuerpo femenino de la mujer, sus intentos no eran valorados, las galletas que aquella mujer horneaba y adornaba con un pequeño ramillete de flores, eran simplemente ignorados por Min cada noche de aquellos 730 días transcurridos, Minying había sido educada para ser la mejor esposa y madre, pero ella no estaba preparada para lidiar con un hombre que se había casado con ella solo para aparentar y cubrir su verdadero amor, uno que Minying consideraba imperdonable y defectuoso, un amor del que nadie podía hablar y que claro sería una deshonra.


—¡Minying! es tan grato tenerte aquí como cada fin de semana, tu padre y yo nos sentimos honrados con tu visita — Park Jungsun pronunció invitando a sentar a su hija en una de las sillas blancas que dejaban una hermosa vista al jardín —, por favor siéntate, tu padre no tarda en llegar del cuartel, me ha dicho a noche que surgió una emergencia peculiar, nada de qué preocuparse.


Minying se sentó y tomó una de las servilletas de tela blanca que adornaban la mesa, la extendió sobre su regazo y con su abanico comenzó a refrescarse el rostro. Con inmediatez una de las mujeres de servidumbre se hizo presente llevando en sus manos una bandeja con el té tan cotidiano, aquel del que aquel par de mujeres solía disfrutar.


—¿Esta vez si vas a darnos la noticia que tanto hemos estado esperando? — la mujer tomó una de las tacitas que había sido dejada sobre la mesa, la cuestión había sido directa hacia la frustración de Minying.


—¿Están hablando de buenas noticias sin mí? — Park Hyun había entrado con una sonrisa observando a su adorada hija — ¿Cuál es la nueva buena?


—Solo le preguntaba a Minying lo que tanto hemos esperado — Park Jungsun hizo sonar una pequeña campana, aquel sonido agudo era el llamado inmediato para la servidumbre.


—No madre, aún no estoy embarazada — la joven pronunció con vergüenza escondiéndose en su taza de té.


—¿Pero ya han pasado dos años, acaso el hijo de Min Seung no es capaz de hacerlo? Ese muchacho va a escucharme, ¿dónde está, ha venido contigo esta vez? — el hombre estaba molesto, el deseo de tener un nieto producto de aquel matrimonio era la dicha más esperada por ambas familias, así que la molestia después de tanta espera no era después de todo, absurda.

1850: Beso ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora