Capítulo único

1.4K 193 47
                                    

En ese entonces, yo tenía veintitrés años. Había escalado en mi profesión como nadie, muy alto y muy rápido. Sabía lo que decían de mí, que mi caída sería la más dolorosa, pero ese era un posible futuro que me despreocupaba. Yo estaba disfrutando mucho la cuesta arriba.

La noche del primer sábado de otoño era la más trascendental para los que nos hacíamos llamar actores. Estábamos en un teatro inmenso, todos nosotros, los que habíamos protagonizado alguna historia, los que habían sido antagonistas, directores o guionistas. Estábamos agrupados en mesas circulares, esperando ganar o que nos ganaran. Recuerdo haber usado un traje azul que de lejos se percibía negro. Mi cabello era de un rosado desgastado en ese entonces, pues para mi mala suerte, no había tenido tiempo después de mi último rodaje para regresar a mi tono natural. Lucía ridículamente como un algodón de azúcar. De un momento a otro, el camarógrafo comenzó a filmar directamente mi rostro. Estaba acostumbrado a las cámaras que pasaban por alto mi espacio personal, así que no experimenté ningún tipo de sorpresa. Pude verme en las pantallas gigantes del teatro, con una expresión aburrida en el rostro, como si no me estuviese quedando ciego por ese reflector blanquecino que de un momento a otro, cayó de lleno sobre mí. Me alumbraba con tanto fervor que empecé a alucinar que un ángel descendía solo para leer todos mis pecados y decirme que nunca sería invitado al cielo. Entonces, tendría que irme al infierno. No me pareció tan mala idea. Una vez leí que ahí abajo siempre está vacío, pues los demonios viven aquí arriba. ¿Qué más demonios que los humanos mismos?

Unos gritos desde el fondo del auditorio me hicieron regresar a la realidad. Volví a observar las pantallas y ya no estaba yo, sino otro hombre. No cualquiera, sino mi tan famoso némesis de televisión: Lee Jeno, un actor como yo. Un gran actor, debía reconocer. Él le sonrió a la cámara con esos ojos capaces de convertirse en dos medias lunas y agitó la mano en saludo. Las mujeres, seguramente seguidoras suyas, gritaron con más entusiasmo.

Él era ridículamente amable. Tan humilde frente a los demás, pero un arrogante cuando te lo encontrabas a solas. Tenía a la gente en el bolsillo tanto como deseaba y todos, cuando así lo quería, se rendían ante él. Tenía a la gente en la palma de su mano y a mí me tenía a seis mesas de distancia, lejos, donde sus encantos no me acariciaban.

De hecho, éramos bastante comparables. Ambos comenzamos nuestras carreras a los diecinueve años, al mismo tiempo. Escalamos rápido, audicionábamos para proyectos ambiciosos y buscábamos personajes llenos de matices. En más de una ocasión, los dramas en los que participábamos se emitieron a la misma hora en canales diferentes. Teníamos todo para ser grandes amigos de televisión, ahora que lo pienso, pero apenas tocamos la fama, la prensa rosa nos vendió como los más grandes rivales. Siendo honesto, tener un "enemigo" público no me molestaba. Le daba dinamismo a mi carrera, hasta cierto misterio. Yo reía con algunos titulares y de otros ni me enteraba, hasta que una tarde, un hombre cercano a mí me enseñó un video. Eran dos conductores revelando en un programa de espectáculos que mi último protagónico había sido ofrecido en un principio a Jeno. Contaron que él negoció durante largos meses con el director, pero que al final, por desacuerdos, su participación nunca se convirtió en un hecho. Por supuesto, comenzaron a caerme burlas e insultos de sus leales y dulces seguidoras. Dijeron que yo había tomado las migajas de su actor favorito, que solo obtuve un protagónico rechazado por alguien más y, por consiguiente, mis igual de leales y dulces seguidoras contestaron que el director me había preferido a mí por encima de Jeno, nada más que eso.

No peco de arrogante si digo que hice un gran trabajo, porque lo hice. Pero desde entonces, toda posibilidad de verme junto a Jeno en televisión había muerto. Ninguno quería causar más revuelo. Ninguno quería más ser centro de juicios insensatos. Más que eso, a ninguno de los dos nos importaba formar parte del escándalo.

Haughty (Nomin) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora