Capítulo 4

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Rubí

"Llego en diez minutos"

Fue el último mensaje que me envió Maca, treinta minutos atrás. 

No nos habíamos podido poner de acuerdo entre su trabajo, el mío y Gema, pero finalmente encontramos un espacio ese sábado. Exactamente una semana después de la última vez que nos vimos. Agradecía que estábamos en vacaciones, porque de haber estado estudiando hubiese sido una misión imposible. 

Pero ahora me imaginaba mil cosas en la cabeza. Quizá se arrepintió de venir o tuvo que ir a otro lado. Tuvo un accidente, chocó, la chocaron, se volcó, estaba en la comisaría, en el hospital, atrapada en el auto con un poste de luz encima...

—Hola, perdón, creo que ocurrió un accidente, no sé, había mucho tráfico. —Dijo en el momento que abrí la puerta. Venía agitada, como si hubiese subido corriendo por las escaleras. 

Sin dudarlo demasiado, me acerqué y la rodeé con mis brazos, a lo que ella respondió con la misma acción. Apoyó su cabeza de lado en mi hombro mientras seguíamos sin soltarnos. El olor a manzanilla de sus rulos se mezclaba con el aroma dulce de su perfume. De a poco fui sintiendo que su respiración volvía a la normalidad y nos quedamos así un rato, abrazadas en silencio.

—No quise ir a otro lugar porque la Gema siempre va a jugar con el Miguelito a esta hora y prefiero tenerla cerca, tú cachai, en caso de cualquier cosa.

—Sí, no te preocupís —dijo ella. 

—Igual mi mommy no está, salió a comprar con una amiga. Se fue temprano, como a las once, pero no vuelve hasta tarde. ¿Comiste algo? ¿Te sirvo juguito? Sácate la chaqueta, que hace calor acá. Oye, te veís súper linda.

Ya, Rubí, cállate.

—Gracias, tú igual te veís linda—dijo Maca, con un leve color rojo en sus mejillas. 

Decidimos ir a la pieza. Maca miraba todo como si fuera una niña pequeña ante algo totalmente nuevo, pero nada era demasiado nuevo. Donde dormía Esmeralda ahora era la cama de Gema y se había adueñado completamente de ella con un cubrecamas de dinosaurios. También tenía dinosaurios de juguete sobre la cómoda y una que otra barbie. A simple vista, eso era lo único distinto. 

Entonces, fijó su vista en el cuadro sobre el velador. Era una selfie de nosotras en la playa. Maca salía sonriendo y yo dándole un beso en la mejilla.

—Yo te di esto, ¿o no? —preguntó al levantar el cuadro. Asentí. —Y lo guardaste todo este tiempo —volvió a hablar, esta vez más para ella que para mí. 

Ahora o nunca.

—Te busqué, Maca. 

Ella dejó el cuadro en su lugar y tragó saliva con dificultad. No dijo nada, pero escuchaba su respiración intensa, al igual que la mía, solo que yo sí quería seguir hablando.

—Sé que te fuiste donde unos tíos en el sur y eso es todo. Nadie sabía nada de ti. Le pregunté a cualquiera que pudiera conocerte y no sé si realmente no sabían o es que no querían decirme, pero te busqué. En la calle, en las fotos, en la gente, en todas partes. —Un nudo se estaba formando en mi garganta y me aterraba. No quería romper en llanto frente a ella. —Después me di cuenta de que tal vez tú no querías que te encontrara y tenía todo el sentido del mundo, Maca, porque yo me olvidé de ti.

—Perdón —dijo ella. 

Tenía los ojos cristalizados y la voz temblorosa. Me rompía verla así, pero había esperado toda la semana y necesitaba que habláramos en persona, sin importar lo que esa conversación pudiese construir o derrumbar en nosotras.

—No fue tu culpa, Rubí, no era algo que pudieras controlar —siguió diciendo. —Fui yo la que se fue, la que te abandonó. 

—Es que obvio que te ibas a ir po, Maca —me acerqué a tomarle las manos, casi por instinto. Ella no las quitó. —Al principio me dio rabia, pena, incluso sentí que te odiaba, pero ahora lo entiendo. No tienes que pedirme perdón por nada.

—Es que, Rubí... 

Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro y yo tampoco fui capaz de reprimir las mías. Era un llanto quieto, profundo, como si lo hubiésemos reservado solo para ese momento, para nosotras. Sentía el cuerpo más liviano, el pecho descomprimido y la mente despejada. Maca me secaba las mejillas con las manos temblando, mientras yo hacía lo mismo con las de ella. De repente, comenzó a reír. 

—Una vez pensé que te había visto —dijo entre carcajadas, aún con lágrimas en los ojos. — Fue hace tiempo. Estaba trabajando de empaque en el supermercado y vi a alguien muy parecida a ti en la fila. Me quería morir, entré en pánico, no sabía qué hacer. Estaba tan asustada que, sin darme cuenta, guardé los yogures al fondo de la bolsa, debajo de los trescientos kilos de carne que llevaba la señora. Después resultó que no eras tú y la pobre mujer, a la que le estaba guardando las cosas antes, volvió súper enojada porque se le habían reventado los packs de yogur. Me sentí pésimo. 

Reí con ella. 

Maca tenía las mejillas muy coloradas y ya habíamos dejado de llorar, pero en el ambiente seguía una sensación de nostalgia unida a algo reciente que no supe cómo llamar, una calidez familiar que, al mismo tiempo, me erizaba la piel, como si lo viviera por primera vez. 

Ella me abrazó de nuevo y yo no me resistí. 

Al separarnos, nuestras frentes quedaron unidas, con solo unos milímetros impidiendo el roce de mi nariz con la suya. Nuestras respiraciones se sincronizaron. Volví a tomar sus manos, que seguían temblando levemente, y bajé la mirada a su boca. Maca mordió su labio inferior, lo que provocó una cosquilleo conocido en mi estómago. Reí internamente porque me sentía como una niña de nuevo. Ella se acercó más, hasta juntar nariz con nariz. 

Quería besarla. 

Mi boca iba en un vaivén, rozando sus labios y alejándome. Parte de mí aún dudaba si era lo correcto, si había cosas que no estaba considerando, pero quería besarla.

Entonces, le llegó un mensaje. 

Maca cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, en un gesto de frustración. Yo me aclaré la garganta, procesando lo que acababa de ocurrir y caí sentada en la cama, mientras el calor en mi cara recién comenzaba a disminuir. 

Miró su celular y resopló, frunciendo el ceño. Moría por preguntar quién era, pero no parecía adecuado, así que indagué en otra forma.

—¿Pasó algo? —le dije, inclinándome un poco hacia adelante. 

—La Jacinta —carraspeó —una amiga. Vino a verme y está en el aeropuerto, tengo que ir a buscarla.

¿Jacinta?  No me dijo nada de una tal Jacinta.

—¿Hablamos después? —dijo cuando salía a buscar su chaqueta. 

—Sí, obvio.

No contestó ninguno de mis mensajes el resto del día. 


***

Hola, otra vez :) cuéntenme po, qué les está pareciendo? 

Espero que estén súper bien, mucha buena onda para ustedes <3


Siempre tú | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora