Con Bastián volvemos al departamento en silencio. Es justo lo que necesito y sospecho que él lo sabe. Bueno, al parecer todo lo sabe.
Al parecer, digo... veremos si en verdad es así con todo lo que tenga para decir.
Al llegar, me desplomo en el sofá y abrazo un cojín. Pero cuando recuerdo que es uno que me regaló la hermana de Kevin, lo arrojo lejos de mí. Bastián observa todo en silencio y se sienta a mi lado.
No creí que llorar por mí sea necesario, hasta que las lágrimas comenzaron a mojar mi rostro, y entonces comprendí que hace tiempo no me dedico un llanto. Y ahora que lo hice, percibo un poco de tranquilidad. Solo un poco, aún queda mucho por delante.
—Es la primera vez que has llorado por ti —admite Bastián, pero yo no digo nada y tampoco hago un movimiento de cabeza que afirme lo que acaba de decir—. Pero has llorado por Kevin más de una vez, en el tiempo que estuvieron juntos.
Tampoco doy una señal afirmativa a lo que dijo. Aunque seguro no sea necesario, si es el amor, como dice que es, debe haber visto mi historial con Kevin.
Es cierto, he llorado muchas veces por él. La única vez que lo hice de felicidad, fue cuando me propuso casamiento. Y ya se conoce la historia. La felicidad duró lo mismo que un cubo de hielo a los rayos del sol intenso de verano.
Ahora que lo pienso, fueron incontables las veces que vi cosas en Kevin que no me gustaban o que me hacían mucho daño. Por lo tanto, fueron incontables las veces que me dormí llorando por él.
Y quizá se deba a ese motivo por el cual me negaba a regalarle más de mis lágrimas. Ya había tenido suficientes.
Cuando Kevin me hacía llorar, venía hacía mí con sus hermosos ojos color miel, con su maldita sonrisa compradora, y con un par de palabras que lograban convencerme de que iba a cambiar, por mí, por nuestro amor.
En esos momentos de vulnerabilidad, Kevin podía haberme dicho que el cielo es de color dorado y le habría creído.
Ese era su poder sobre mí. Sabía qué decirme, de qué manera, con tales palabras o tales gestos, y ahí estaba yo... de nuevo a sus pies. Siempre a sus pies.
Pienso que si mis amigas hubieran sabido las cosas que me hizo, me habrían convencido de terminar con la relación mucho antes de lo sucedido. Pero jamás les compartí nada. A nadie en realidad. Cada cicatriz de dolor, cada hueco en mi corazón, permanecía en silencio. Como si una parte de mí no quisiera que mis amigas supieran que estaba en peligro emocional.
Por eso me debía mucho llorar por mí. Siempre fue por Kevin, por lo que hacía con otras mujeres, por lo que decía, o por las actitudes que tenía. Jamás lloré por mí, y debido a eso, a mi falta de atención, me descuidé por completo. Me olvidé de mí.
—¿Por qué tuve que esperar a que pasara todo esto para darme cuenta de que Kevin no era bueno para mí? —. Pregunto.
—Sabes que sé todo de ti, ¿verdad? — Asiento—. Por lo tanto, sé cómo fue tu relación con Kevin. —Vuelvo a asentir—. Bien. Una vez le dijiste que lo amabas incondicionalmente. ¿Por qué le has dicho algo tan disparatado?
ESTÁS LEYENDO
Señor amor (PAUSADA)
Fantasía¿Qué culpa tengo yo, el señor amor, de que otros hagan las cosas mal en mi nombre?