Último día del año.
Jacinta y Jose querían preparar un pollo al horno para la cena de esa noche, algo no tan complicado porque nadie en la casa se manejaba demasiado en la cocina. Vieron muchos tutoriales en YouTube y TikTok de cómo podría quedar mejor y me hablaron por días de lo rico que estaría.
Cuando abrí la puerta del departamento, lo primero con lo que topé fue el olor. Segundo, el humo que se desprendía de la cocina.
—¡¿Josefa?! ¡¿Jacinta?! —Nadie respondió.
Corrí hacia el origen de la humareda para apagar el horno. Abrí las ventanas, tapándome la boca y nariz con el antebrazo, y rescaté lo que quedaba de nuestra cena: las cenizas.
—¡Apúrate po, Jaci! Estoy segura de que se nos está quemando el pollo —escuché decir a Jose al otro lado de la puerta. Jacinta, ella y el perro entraron, deteniéndose al instante para presenciar la escena.
—¿Dónde estaban? —dije seria.
Jose se acercó lentamente a la bandeja que dejé en la mesa, la del pollo completamente negro, y lo miró con lástima pasando un dedo sobre él, como una caricia.
—Fuimos a pasear al Rocky —habló Jacinta. —Pero se nos hizo tarde.
Ambas se veían tan decepcionadas, que yo no pude hacer más que echarme a reír. Desde que decidieron hacerse cargo de la comida presentí que ocurriría alguna desgracia, pero no quise decir nada para no arruinarles el entusiasmo. Por suerte, teníamos un plan B bajo la manga, así que terminamos pidiendo sushi y pizza.
Al dar casi las doce, estábamos riendo y conversando de cualquier cosa, solo nos unimos a la cuenta regresiva cuando escuchamos a los vecinos. Nos dimos los abrazos, la buena onda y seguimos comiendo. Luego de un rato, Jose se levantó para buscar su mochila. Se había hecho amiga de unos niños de su edad que vivían unos pisos más arriba y la invitaron a una junta "piola", según ella. Estaba acostumbrada a cuidarla desde chica, pero intentar protegerla ahora, yo sola, era todo un desafío que me asustaba un poco, sobre todo cuando se trataba de salir.
—Llévate las chelas que están en el refri —le dijo Jacinta.
—Oye —la regañé, pero prefirió ignorarme y guiñarle un ojo a Jose, quien salió con las botellas tintineando en su mochila. —¡Te quiero lúcida aquí, cabra chica!
Al mismo tiempo que cerraba la puerta, sentí mi celular vibrar. Lo saqué del bolsillo y vi el nombre de Rubí apenas encendí la pantalla.
"Feliz año"
"Estás en tu depto?"
Mi corazón se desplomó.
No la había visto desde que fui a dejarla al edificio, cuando quedamos en nada. Después de esa noche, casi no seguimos hablando; solo intercambiamos mensajes cuando ella me preguntó si estaba enojada, a lo que respondí en seco que no quería hablar en ese momento. Ninguna supo qué más decir.
Vibró de nuevo.
"La Jose ya me dijo que sí"
"Estoy abajo"
Mi cara debió haber sido muy obvia, porque Jacinta adivinó de inmediato quién era la causante de mis notificaciones.
—¿Es la Rubí? ¿Qué quiere ahora? —Preguntó con desagrado.
—Está aquí.
Decirlo en voz alta lo volvió más real.
Avisé a Jacinta que no tardaría en volver y salí del departamento con las manos sudando frío dentro de los bolsillos. Rubí estaba detrás de la reja, sosteniendo una bolsa de papel en cada mano, con un crop top blanco y un traje azul pastel, de dos piezas, puesto encima.
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Siempre tú | Rubirena |
Fiksi PenggemarRubí se olvidó de Maca. Años después se reencontraron, pero Rubí ya no estaba sola.