Día 3: Dentro del bosque

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Más allá del sendero, en lo profundo de mis memorias | Primera parte

—¡Todo es tu culpa! ¡lárgate!

Esas eran las palabras desgarradoras que soltaba aquel desconsolado hombre, aferrado al cuerpo inerte e incompleto de su amada esposa. Garfield, inmóvil, con la mirada fija en quienes ya consideraba sus segundos padres, no daba crédito a todo lo ocurrido.

Había sido su culpa y él lo sabía. De algún modo, sus estúpidos descuidos habían causado que aquellos licántropos atacaran su aldea, arrasando con todo a su paso. Mujeres, niños, todo había perecido.

Su madre, Rita, en un intento por darles ventaja a él y a su esposo, se había detenido en medio de la huida para enfrentar a las infernales criaturas. De los tres, solo ella conocía algo de magia, y había decidido emplearla para darlo todo por su familia.

—¡¿Qué esperas?!

Los reclamos del hombre castaño, que apenas si eran entendibles entre quebrados sollozos, lo hicieron reaccionar. Del otro lado del sendero, a varios pasos de ellos, una de esas monstruosas criaturas se deleitaba con un festín humano.

Garfield, ignorando todos los impropios que su padre proclamaba, trató de acercarse a ayudarlo. Tenían que huir, el sacrificio de su madre no debía ser en vano. Pero el desconsolado hombre se negaba a moverse, tan solo se limitaba a seguir culpándolo a él de los males que los habían aquejado.

Y entonces, lo inevitable pasó. Aquella criatura, de hambre insaciable, había terminado, y los dos ruidosos humanos que tenía enfrente se veían muy apetitosos. Nada les gustaba más a aquellas bestias que cazar su alimento. El cuerpo desmembrado de la mujer había perdido todo encanto.

Garfield sintió el peligro acercarse y se apresuró a sujetar al hombre sollozante. Pero éste, embriagado en su propio dolor, lo alejó sin miramientos con un certero golpe en el rostro.

—¡No la toques! ¡Solo vete! ¡Déjame morir con ella!

El muchacho se negaba aceptarlo, no podía marcharse sin el otro, pero el rugido de aquella criatura puso a su cuerpo en alerta.

—¡Vete! ¡Hazlo!

Con ese último grito, su cuerpo pareció decidir ignorar sus deseos, e hizo lo que el hombre le exigía. De un salto se había alejado de sus cuidadores, dejando a su padre a merced de la criatura.

Él deseaba quedarse junto a ellos, morir con ellos, y quizás así expiar todas sus culpas. Pero su cobarde ser había aprovechado sus últimas fuerzas para apartarlo del peligro.

Garfield corrió sin descanso, dejando atrás al lugar que lo había acogido por tanto tiempo y al que muy mal le había retribuido. Corrió hasta adentrarse en el bosque, sin rumbo fijo. Corrió hasta que su cuerpo ya no pudo sostenerse en pie.

Y así, bajo la copa de un árbol frondoso, el joven muchacho halló el que parecía ser su lugar de descanso eterno. Cerró los ojos y esperó el ataque de aquella feroz criatura, que no había dudado en seguirlo nada más verlo huir de la cruel escena.

Pero el agonizante dolor que esperaba nunca llegó.

En su lugar, pudo escuchar cómo otro cuerpo que no era el suyo era destrozado.

Su cansancio era inmenso, así que le fue imposible descubrir qué le había salvado. Pero Garfield no se creía merecedor de tanta suerte, así que se limitó a dejarse envolver por el desmayo, rogando porque no tuviera que volver a despertar.

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Para su pesar, al parecer el destino deseaba jugar con él un poco más.

Con dificultad, Garfield abrió poco a poco sus ojos, hallándose de frente con la cálida luz de una chimenea. Por un momento pensó estar en alguna especie de otro mundo, pues la sola escena le parecía irreal. Sentía su cuerpo muy ligero, casi se creía flotar, y la tibieza de la manta que lo cubría era realmente reconfortante.

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