1. Estrés

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Otro puto día de mierda en la comisaría llena de imbéciles que se pasaban toda la jornada de trabajo haciendo el tonto

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Otro puto día de mierda en la comisaría llena de imbéciles que se pasaban toda la jornada de trabajo haciendo el tonto. Nadie se tomaba el trabajo en serio, los nuevos alumnos eran peores que los peores y el Superintendente ya no podía seguir con este infierno. Pero claro, alguien debía cuidar de esta ciudad hecha mierda e intentar tenerla lo más decente posible, aunque fuera imposible, pues los ciudadanos de los Santos eran todos unos descerebrados que se la pasaban robando bancos, badulaques y joyerias; vendiendo droga a cualquier tonto que pasara por la calle, y haciendo el gilipollas mientras ensucian esta ciudad que ya parecía un puto vertedero.

Ordenó la cuarta pila de papeles que tenía en su mesa mientras suspiraba. Estaba deseando irse ya a casa y emborracharse hasta desmayarse. Y si pudiera morirse también sería incluso mejor. Deseaba que llegase el día en el que pudiera jubilarse de una vez y dejar todo esto para irse por ahí y fumarse algo mientras disfruta las vistas de cómo la ciudad cada vez se hunde más en la miseria.

Sus manos sujetaron su cabeza desesperado por un descanso que durase semanas. Cada día lo mismo: atracos, persecuciones tiroteos, y nuevos presos en las celdas de comisaría. ¿La gente no se cansaba de robar? ¿No quedaba gente normal en la ciudad? Decir que estaba hasta los cojones de todo se quedaba corto.

— Abuelooo.— El repentino grito a modo de saludo de uno de sus inspectores se hizo presente en su despacho, irrumpiendo en el silencio que tanto le había costado conseguir.— Aquí llegan los héroes de comisaría.

El llamado apretó sus dientes incluso pudiendo romperlos por la gran fuerza, con una increíble paciencia y autocontrol suficiente para no agarrar cualquier arma de fuego que tuviera cerca y pegarle un tiro al primero que tuviera delante.

— ¿Qué cojones queréis?— preguntó con su tono de voz tan serio y amargo, subiendo su mirada y viendo al hombre de cresta, que se acababa de quitar su pasamontañas azul, y se sentaba en la silla donde siempre iba él. A su lado, como siempre, estaba el otro hombre con su pasamontañas rosa aún puesto acomodándose en su butaca negra, poniendo una pierna encima de la otra y cruzándose de brazos.

Horacio empezó a hablar:— Pues mire, queríamos comentarle que llevamos un mes donde todo son éxitos increíbles. Básicamente hemos hecho nuestro trabajo perfecto, cosa que muchos de por allí abajo no saben hacer ni de lejos. Y por eso queríamos pedirle... No un ascenso, porque ya estamos bien así. Pero le queríamos pedir una subida de sueldo.— por cada palabra su voz iba bajando hasta decir la última en un susurro, pues la mirada confusa y enojada de su superior le hacía saber que ese pedido sería mandado a la mierda tan pronto como terminase de hablar.— Si usted lo permite, está claro...— intentó usar el truco de su carita inocente mientras sus dos dedos índices se daban pequeños toquecitos tímidos, pero parecía que eso solo funcionaba a veces con el rubio a su lado y con nadie más.

— ¿Habéis venido a molestar para esta mierda?— pregunta el único azabache poniéndose una mano en la frente y bajando hasta el puente de su nariz. Si no le pegaba un tiro a uno de los dos, se lo pegaría a él mismo.

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⏰ Última actualización: Jul 29, 2021 ⏰

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