Capítulo 7

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Rubí

Antes de entrar al departamento de Miguel y Coté, les pedí que me acompañaran al mío para asegurarme de que los niños estaban durmiendo. Habíamos decidido dejarlos descansar allí para no despertarlos con la música y el ruido, turnándonos cada treinta minutos a verificar que todo estuviera en orden y, efectivamente, cuando me asomé a la pieza, Gema seguía abrazada a su peluche de jirafa y robándole todas las sábanas a Miguelito, quien ocupaba más de la mitad de la cama como venganza. Intenté acomodarlos en vano, sabiendo que al venir a verlos de nuevo, estarían en la misma posición.

—¿Y esta sorpresa? —dijo Miguel apenas nos abrió la puerta.

La música hacía que hablara un poco más alto de lo normal, pero no lo suficiente como para tener al resto de los vecinos reclamando. Detrás de él pude ver a su hermano, a Esme y su pololo, a algunos amigos y a Coté sirviendo tragos. 

—¿Sabíai que la Rubí no para de hablar de ti? —comentó él de nuevo. —Todo el rato, Maca, te lo juro. Es impresionante, de verdad que yo nun...

—Ya, Miguel, ya entendimos —intervine antes de empezar a ponerme roja. Él levantó las manos en señal de inocencia y nos dejó pasar.

El alboroto que provocó la llegada de Maca era la representación en vida de lo que sentía cuando la veía. Los invitados se abalanzaron a saludarla, a preguntarle cómo estaba, si se acordaba de ellos, si los extrañó, qué fue de su vida; todos querían un pedacito de su tiempo en ese instante, incluso quienes no la conocían y no podía culparlos, porque Maca era así, fascinante.

Jacinta también se llevó las miradas de algunos, sobre todo de Esmeralda y Coté, que me escucharon pacientemente especular sobre ella y hasta la buscaron por cielo, mar y tierra en redes sociales, pero todas sus cuentas eran privadas. Cada vez que la amiga de Maca decía algo, las chicas me miraban haciendo señas y muecas que yo no entendía, de forma tan poco sutil, que en cualquier momento ella misma se daba cuenta.

Maca se ubicó en la orilla del sillón más grande, mientras miraba a los demás dándolo todo en el centro al ritmo de la música. Sonreía con diversión y yo no podía dejar de mirarla, sus ojitos achinados, el lunar sobre su labio superior, la forma en que entrelazaba sus propios dedos y jugaba con los anillos. Entonces cambié mi enfoque, notando que Jacinta me estaba viendo también y que, luego del breve cruce de nuestros ojos, tomó la mano de Maca y la llevó a bailar.

 Quería quitar la mirada de ellas, de lo pegados que estaban sus cuerpos y de la sincronía con la que se movían, pero no podía. No sabía si de verdad estaba pasando o era mi imaginación la que cada vez las veía más cerca, como si fueran impulsadas por una atracción inevitable , como si estuvieran a punto de...

—Vamos —habló Coté. Estaba tan concentrada en ellas, que no me di cuenta cuando llegó a mi lado. 

—¿A dónde?

—A bailar po —me tomó del brazo y me arrastró hasta el resto del grupo, quedando de espalda a Maca. 

Honestamente, tampoco quería girarme para seguir viéndola, no si llegaba a pasar lo que creía que podía pasar. Ellas se miraban, se reían, tenían onda y hacían que volviera ese nudo en el estómago de solo pensar que todas mis inseguridades respecto a Jacinta eran ciertas, que no era solo una amiga. 

Eventualmente, me di vuelta, pero ya no estaban bailando. Jacinta se había acercado a la mesa para servirse una mezcla de algo y Maca no se veía por ninguna parte. 

—Se fue a la cocina —dijo Coté, como leyendo mis pensamientos. —Debe estar sola, anda a verla —me dio un pequeño empujón en el brazo y sonrió con picardía. Yo no me opuse a su sugerencia. 

Siempre tú | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora