Capítulo 14

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Lograron salir de Crystallo a través de un camino de tierra que cruzaba un bosque enorme y colorido. Ache no hizo ninguna pregunta sobre nada. Observó por la ventana cómo cambiaba el paisaje de un valle despejado con nubes moteadas de rosa y rojo, a una arboleda con pinos rojos, blancos, y azules, que llegaban tan alto que apenas podía ver el cielo.

Afuera, algo que no reconocía, gorjeaba. El crujir de las ramas y hojas al ser besadas por el viento se le sumaba, logrando que la afasia dentro del carruaje fuera más abrumadora. Nadie hablaba. Desde que habían dejado atrás el caos y la guerra, luego de un brevísimo momento de pánico, aquella oleada de quietud había caído bruscamente sobre ellos.

Ache aún tenía el nudo apretándole la garganta y las lágrimas picando en la punta de la nariz. De vez en cuando su visión se desenfocaba y necesitaba respirar profundo para que el vehículo dejara de girar. Hacía frío allí dentro. O quizás no y todo era producto del terror que circulaba por sus venas, que convertía su sangre en hielo y hacía que cortara y punzara contra su piel.

No era una sensación agradable.

Y ya casi era de día.

El sol se asomaba por un borde rojizo y plateado en el cielo.

Ache sentía los ojos de Calum sobre él. Lunna estaba del otro lado, frente a ambos y a un costado del demonio cuyo nombre ya no recordaba. Ellos no lucían mejor que Ache. Pero era como si los tres hubiesen llegado a un acuerdo silencioso de mantener la calma. O tal vez, lo que sucedía era que no habían terminado de procesarlo. No podían.

Kait se detuvo en las afueras del bosque, donde residía una pequeña comunidad, con apenas unas cuantas casas y mucho terreno cubierto de cosechas y ganado. Erixa se había sentado en la banqueta del chófer y Ache no la había escuchado replicar u ordenar nada. Ella se bajó y rápidamente se perdió en una tiendita pintoresca.

Los lugareños observaban el carruaje con una mezcla de recelo y curiosidad. Ojos rojos y naranjas titilaban por todas partes, sobre rostros pálidos, rosáceos, oscuros y morenos, que le recordaron a una de esas pinturas antiguas que su padre vendía a museos y coleccionistas y que Mikhaeli tanto atesoraba.

Su corazón se tambaleó.

Ache tragó grueso el dolor y esperó. El sol terminó de aparecer y Erixa salió de la tiendita, caminó hacia ellos con su ropa ensangrentada y sucia sosteniendo un par de bolsas de lona.

Kait alzó la cabeza de su escondite en el suelo.

—Pueden cambiarse —dijo Erixa, colocando las bolsas dentro de la cabina. Las cicatrices en su rostro se mezclaban con las líneas negras de los tatuajes en su cuello—. También hay comida. Tenemos un largo camino hacia Vix, y Kait no puede cargarnos todo el tiempo. —Volvió su mirada hacia el horizonte—. Trataré de conseguir caballos en la siguiente parada.

Entonces ella cerró la puerta, volvió por el camino afuera y se agachó a un lado de Kait.

Dentro del carruaje solo hubo más silencio.

Ache, por su parte, no tenía apetito, y cambiarse no era exactamente una prioridad. Pero, de todos modos, al cabo de un rato, se estiró hacia la bolsa y tomó un par de prendas. Pantalones y una camisa de lino, nada más.

Se deshizo de la ropa manchada y raída sin prestarle demasiada atención a lo demás. Las botas cayeron en el suelo con un golpe seco. Calum lo miró un instante y luego lo imitó, sacándose el saco y los pantalones. Pronto, Lunna también se unió y los tres volvieron a sus posiciones iniciales una vez que estuvieron listos.

Ache no se sintió mejor. El frío seguía allí, latiendo en sus manos temblorosas.

El demonio fue el último en tomar la bolsa. Sus ojos eran rojos y brillantes y tenía anillos enormes en los dedos, el cabello oscuro y rizado cayéndole sobre la frente y los pantalones rasgados como si se hubiesen incendiado con algo. Parecía dudoso mientras se vestía.

Silverywood: Una puerta al Infierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora