La desdichada guitarra.

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Abandonada en un rincón se hallaba. Los trastes acumulaban polvo y las cuerdas llevaban oxidadas ya un buen tiempo. Las clavijas sollozaban en silencio mientras su dueño se sentaba cerca de ella, sin mirarla ni tocarla. Él comenzaba sus quehaceres, sin prestarle atención. Así llevaban ya dos años. Ella lo sabía muy bien; era conocedora de los duros estudios que estaba cursando su dueño. Se había dado cuenta en el primer momento que le vio entrar por la puerta, con el ceño fruncido y un montón de libros bajo el brazo. Al principio pensó que sería pasajero. Que en algún momento encontraría un rato libre para conversar con ella. Para mantener una comunicación, aunque no fuese constante ni mucho menos abundante. Ella guardaba sus esperanzas en su caja de resonancia, en espera para vibrar y amplificar el sonido de su conversación. Cada vez que su dueño ponía un pie en la habitación, sus cuerdas se tensaban solas de la emoción.

«Hoy es el día al fin» pensaba.

 

Pero nunca lo era. Él simplemente se sentaba en su escritorio, abría sus libros y comenzaba a trabajar. Ni una sola mirada. Ni una sola palabra. Parecía como si se hubiese olvidado completamente de su existencia. Como si nunca se hubiesen conocido en aquella tienda de segunda mano; ella abandonada otra vez más en un estante y él deseoso de aprender. En el momento en el que cruzaron la primera mirada, supo que él era el adecuado. El brillo en sus ojos, sus dedos deslizándose lentamente por su mástil.... Ella creía que sería el definitivo. El primero y único que con el paso del tiempo no la dejaría desamparada en una esquina polvorienta. Al principio se llevaban bien: él avanzaba poco a poco y aquello le provocaba una pequeña sensación de cosquillas que serpenteaba por sus trastes brillantes. Estaba deseosa de que su dueño fuese al fin capaz de crear originalidad y esplendor. De convertir unas torpes notas y acordes de principiante en música de verdad. Pero una vez más, volvió a equivocarse. Justo cuando quiso darse cuenta, se encontraba nuevamente sobre un expositor, lamentándose de su suerte.

 

Y es que los instrumentos musicales, al igual que todas las demás manifestaciones del arte tales como libros o películas, se sienten desgraciados y melancólicos cuando no se les presta atención. Su existencia se basa única y solamente es ser empleados, es decir, ser útiles. Cuando dejan de ser útiles, se los margina y sus espíritus mueren lentamente en silencio.

 

¿No es hoy un buen día para volver a convertirlos en algo de utilidad?

Historia de la desdichada guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora