Capítulo 29

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El mundo se desvaneció bajo mis pies, incapaz de sostenerme más tiempo.

Mientras que yo caía. Ella sonreía.

—Tranquilos —habló Camila mirando hacia su alrededor—. Cristel y yo hemos decidido arreglarlo,¿Cierto? —preguntó. Luego apretó mi hombro.

No conseguí decir una sola palabra.

—¿La perdonaste? —preguntó una chica a mi izquierda.

La miré y me devolvió la mirada de manera despectiva.

—Eso estoy intentando —comentó Camila con pesar—. ¿Se lo merece verdad? Ya me pidió perdón muchas veces —exclamó tratando de pasar su brazo sobre mí.

Me aparté de inmediato.

—Tengo que irme.

Cuando intenté huir, fue tarde. Fue como si mi cuerpo me hubiera abandonado. No escuchaba, no obedecía y mucho menos ayudaba.

«No, por favor. No puede estar pasando esto justo ahora.»

Con una fuerza mucho más imaginativa que real conseguí mover mis piernas. Vi luces a mi alrededor y también escuché voces que me perseguían. Aún podía notar los ojos atentos sobre mí. Aún los sentía. Cuando intenté sostenerme de algo, fue como si la imagen a mí al frente se desvaneciera de porrazo. No conseguí sostenerme de nada, y por ende me caí.

Tal vez si lo hubiera pensado mejor hubiera reparado en la salida que estaba a unos metros, tal vez hubiera salido corriendo sin importar cuantas personas a mi lado se rieran. Pero ni mi cabeza ni mi cuerpo pudieron notarlo, en cambio, me llevaron a recorrer el lugar casi arrastrándome. Lo hice como pude, como mejor me salió, y no si el resto de gente se había retirado ante la extrañeza de mis actos o simplemente nunca estuvieron presente.

El hecho es que estaba sola, en un sitio totalmente distinto a la salida con el corazón cargado de angustia.

La respiración se me cortó de manera tan lenta que sentí como se me escapaba de las manos. Las lágrimas se combinaron con el sudor que salía de mi frente y me nublaron la vista. A ese punto ya ni siquiera sabía si quería salvarme. Tenia miedo sí, pero el miedo no era nada comparando con las punzadas que venían por días torturándome. Iba a morir, y cuando el pensamiento casi se vuelve placentero en mi mente, sentí unos brazos tomarme y llevarme consigo.

—Sostente de mí —dijo la voz, y al instante la reconocí.

«¿Cómo consigue siempre aparecer en los momentos indicados?»

Al momento que salimos pude sentir el aire fresco golpeando sobre mi rostro. Me orientó con cuidado hacia el auto estacionado a unas cuadras.

—Espera aquí —susurró mientras abría la puerta del carro y me ayudaba a sentarme—. Llamaré a tus amigos.

Trató de apartarse, pero me aferré a su brazo con fuerza.

—Cristel, estarás bien.

Observé la intensidad en sus ojos y quise creerle.

—Tal vez no te des cuenta ahora, pero eres más fuerte de lo que imaginas. —Ordenó un mechón de mi cabello y me miró un par de segundos. Luego se dirigió nuevamente al local.

Estuve aguardando allí con los nervios a tope cuando aparecieron frente a mí: Josh junto con, Thomas.

—¿Estás bien? —exclamó muy preocupado el último y tomó rostro con sus manos.

Asentí incapaz de decir algo más.

—¿Quieres agua? —preguntó Josh abriendo una botella.

Asentí. Josh le pasó la botella a Thomas, quien sostuvo mi boca y me ayudó a tomarla. No podía evitar notar lo consternado que parecía Thomas con mi situación. Me miraba con los ojos fijos y atentos, como si con eso pudiera borrar sus palabras y actitudes, como si pudiera dejarme creer que era lo que sentía.

El amargo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora