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La puerta del caldero chorreante había sido abierta y una helada ráfaga de viento nocturno hizo que los clientes más cercanos a la salida se dieran la vuelta. La chica apenas iluminada por la luz del callejón cerró la puerta detrás de ella sin soltar su equipaje de mano y entró al lugar en penumbras cautelosamente.

—¿Desea una habitación? —preguntó un hombre rubio desde la barra de bar— ¿Una bebida?

Abigail Prewett negó con la cabeza sentándose en la mesa para dos que estaba junto a la chimenea.

Acababa de llegar del largo viaje en tren, una travesía considerablemente más tardada que la aparición, los polvos flu o el uso de algún traslador pero el tiempo le había sido de mucha ayuda para aclarar su mente, para llenarse de valor y convencerse de que este no era un sueño, de que realmente estaba pasando lo que miles de veces solo fue un simple un pensamiento.

Instintivamente bajó la mirada enfocándose en su reloj de pulsera y si este no le fallaba tendrían que haberse encontrado con su novio hacía 10 minutos, inspeccionó el lugar con la mirada sin encontrar a Richard por ninguna parte, era bastante extraño tratándose de él que siempre era muy puntual. De inmediato pensó en que su jornada de auror se extendió por más tiempo, algo comprensible y se dispuso a esperar hasta que llegara.

30 minutos...

1 hora...

1 hora y media...

2 horas...

Eran las 12 menos 20 y el administrador del lugar le había avisado que no podía seguir en el establecimiento a menos que pagara por una habitación y se instalara en ella, pero no cargaba con un solo knut en sus bolsillos. Ahora que lo pensaba eso había sido muy estupido de su parte.

Planeaba pasar la noche en el departamento de Dick e ir a Gringotts a la mañana siguiente para conseguir parte del dinero que guardaba en su bóveda pero ahora que él no se había presentado no sabía qué hacer.

—Disculpe —llamó Abigail— ¿Puedo pasar al patio trasero?

El lugar se mantuvo en total silencio y Abigail lo tomó como un sí.

Caminó sigilosamente hacia el pequeño patio de atrás y luego de que tocara correctamente los ladrillos el callejón Diagon apareció frente a sus ojos. Abigail se adentró al lugar y anduvo en dirección al banco mágico, con pocas esperanzas de que se encontrara abierto y como esperaba estaba cerrado como el resto de los establecimientos.

Desesperada, paseó sin rumbo, observando las empañadas oscuras vitrinas de los almacenes e intentando recordar si algún amigo suyo vivía por el sector para pedirle que la dejara quedar por esa noche, sin embargo, no podía pensar en nada más que en la seguridad de su novio. Richard era un gran auror, pero eso no lo eximía de poder ser la próxima víctima de algún mago tenebroso que aún rondaba por Londres.

Paseaba con cuidado por el callejón, alejando las conclusiones apresuradas que su cerebro formulaba y de pronto, milagrosamente vio en la esquina al final de la calle un almacén alumbrado y fue hacia él. Sortilegios Weasley, el negocio por el cual sus primos habían trabajado tanto estaba a su lado iluminando la cuadra como en un pasado lo fue con el regreso de Voldemort.

Dudó por un instante si entrar pues después de todo ellos habían perdido la comunicación desde hacía mucho, pero esa era una buena razón para hacerlo también. A lo lejos visualizó a lo lejos Fred cargando una enorme caja y de pronto él la vio, dejó la caja en el piso y fue hacia ella.

—Lo siento, pero ya ... ¡¿Abby?! —dijo Fred, arrugando la frente— Creí que estabas en Gales y ... Siento lo que pasó con la tía Sel

Fred bajó la cabeza y huyó a la mirada de su prima, como si tuviera tanta lastima que ni siquiera quisiera ver su dolor.

SERENDIPITY | Cedric DiggoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora