Prefacio

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Hay Momentos que la vida te coloca

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Hay Momentos que la vida te coloca

en la misma distancia de

¡Huir o quedarte para siempre!



- ¡CORRE! – gritó a todo pulmón Lisbeth al percatarse que algo andaba mal, pero Rebecca no la hacía caso, simplemente quedo paralizada, muerta de miedo mirando a aquel hombre acercarse con un arma apuntándolas.

No entendía porque apareció en aquel campo abierto, con aquella ropa y siendo perseguida por aquellos idiotas con sonrisa apestosa. Se prometió a sí misma no volver a ver tantas series que lo único que hacían era manipular sus sueños y convertirlos en esto.

Quería despertarse a como dé lugar pero ningún pinchazo, tropiezo o inclusive el raspón que se acababa de hacer lograba salir de ese sueño. Tomo el brazo de su amiga tan fuerte que temió dejar marcas, pero no era momento de pensar en eso, sí en huir.

Sus piernas ya no soportaban estar huyendo. Faltando unos pasos para llegar al límite del denso bosque donde podrían esconderse y armar un plan para salir de esta encrucijada, oyó el disparo del arma.

Todo ocurrió en cámara lenta. Empujó a Rebecca al bosque mientras ella caía de rodillas. Sentía tanto dolor y un olor metálico: su sangre.

- ¿Pensaste que podrías contra mi Elizabeth? – Dijo aquel hombre burlándose de ella mientras apuntaba el arma a su cabeza y antes de disparar dijo – Jamás debiste estar en mi contra.

No podía creer era la voz de...

Despertó, finalmente despertó!

Lisbeth aún estaba agitada sudando y con el corazón latiendo a mil por hora. Se percató que ya había amanecido ya que se filtraba por la cortina la intensa luz del sol.

- Vaya, sí que he dormido.- Dijo para sí misma cuando vio la hora en su teléfono.

Por suerte era Domingo, o sino ya estaría en problemas. Aún era una adolescente de apenas 17 años, una joven inteligente, alegre y con un humor sarcástico que podría o bien amarla o bien odiarla, no había punto medio. Una joven muy consentida y malcriada por su padre en todos los sentidos, desde que su madre murió estaban ellos dos contra el mundo como solía decir; pero ese día algo apretaba su corazón. Era la angustia, el miedo, la rabia por lo que vivió en ese sueño. Pero al recordar cómo iba vestida su amiga Rebecca no pudo contener la carcajada, eso alivió un poco la pesadez que se había formado en su interior. Simplemente olvido aquel sueño y siguió su vida.

Mientras tanto, siglos atrás se encontraba una joven totalmente desesperada ya que ese día era su debut, presentarse a la alta sociedad Londinense sin una dote que valga la pena mencionar y sin una belleza que atraiga a los jóvenes casaderos más solicitados era una pena y un desastre garantizado.

Atrapadas en otro sigloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora