Capítulo 8

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Maca

Rubí nos invitó a pasar el fin de semana en la playa, con las Cárdenas y Santi, el pololo de Esmeralda, quien ofreció su casa de verano para alojarnos. La noche de año nuevo pude intercambiar algunas palabras con él, enterándome que era mitad chileno y mitad francés, pero que vivió casi siempre en París, donde su familia era propietaria de una galería de arte. Tenía los ojos verdosos, la piel ligeramente tostada y un estilo sencillo que contrastaba la fogosidad y fluorescencia de Esmeralda, pero sin opacarla. Encontraban la forma de complementarse.

—Siéntanse como en casa —dijo él, dándonos la bienvenida.

Las Cárdenas ya habían estado allí antes, así que solo nos llevó a Jose y a mí en un recorrido por los interiores del lugar. Me quedé embobada por lo minimalista y armonioso de la decoración en escala de grises, como si cada objeto estuviera ahí para un propósito; mientras, el ruido lejano del mar me recordaba a los veranos con mi mamá, riéndonos de lo mucho que a Jose le gustaba comer arena. 

—Y acá duermen ustedes —habló al final, abriendo la puerta de un cuarto de paredes blancas, dos camas, algunos muebles y un ventanal que daba a un pequeño balcón. Comentó algo sobre que estarían esperándonos abajo y desapareció por la puerta.

Jose reclamó como suya una de las camas y se lanzó a ella de un salto. Comenzó a hablar sobre lo mucho que lamentaba haber dejado a Rocky con los vecinos, pero luego enumeró todas las razones por las que decidió no traerlo, convenciéndose de que era lo mejor para él. 

De haber sido por mí, adoptábamos un gato. 

—Ya po, ¿y qué onda la Rubí? —dijo entusiasmada, de repente, acostándose boca abajo con la cabeza apoyada en las manos.

—¿Qué onda de qué? 

—Maca, no te hagai la tonta, si el departamento no es tan grande. Te he escuchado hablar con ella, reír con ella, coquetear con ella, se te escapa una sonrisa cada vez que te manda un mensaje, vas a dejarla a su casa después del trabajo... Es como obvio, ¿o no? Yo no sé qué estái esperando para declararle amor eterno.

—No seai exagerada —reí, lanzándole el cojín más cercano. — Es que quiero ir a su ritmo po, enana. Yo igual cacho que ella siente algo por mí y pensé que, después de lo que pasó en Año Nuevo, me lo iba a decir, pero no se atreve y no sé si es porque se arrepintió o porque no está segura o no sé.  

—Pero tú sí estái segura po, Maca, así que, en mi humilde opinión, deberíai ser honesta con ella y atreverte, como lo hacís siempre —levantó las cejas, enfatizando en su sugerencia. —Aparte, parece que le estái cayendo bien a la Gema y yo creo que eso te debe sumar puntos, ¿cierto?

—Yo creo que sí —habló una voz conocida. Me giré y la vi apoyada en el marco de la puerta, con una media sonrisa posándose en su rostro.

—¿Andai escuchando conversaciones ajenas? —dije a modo de broma, escondiendo el nudo en el estómago que me producía pensar que Rubí nos había estado oyendo todo ese tiempo.

—Llegué recién —volvió a sonreír, solo por unos segundos. —Es que se perdió la Frida y no la encuentro por ninguna parte, ¿ustedes la vieron? 

—¿Quién es la Frida? —preguntó Jose.

—La jirafa de la Gema. No puede dormir sin ella y no se acuerda dónde la dejó.

Mi hermana y yo salimos de la habitación para unirnos a la búsqueda, pero, a pesar de recorrer toda la casa y el jardín, no había nada, ni un rastro del relleno. A cada minuto que pasaba iba anocheciendo y las posibilidades de encontrarla disminuían.

Siempre tú | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora