Capitulo 1: ¿Solo?

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Abrió los ojos, lo primero que vio fue un techo que alguna vez fue blanco. Sucio, resquebrajado. Pudo observar cómo una araña bajaba lentamente con su tela estirando las patas y balanceándose por culpa del viento. Por otro lado, la pared, invadida por la humedad, la pintura reseca, al menos lo que quedaba de ella, ya que el resto yacía en el piso. La tenue luz que entraba por la ventana permitía descubrir muchos objetos tirados y mugre que se mezclaba con los restos de la pintura seca. La habitación tenía un aspecto tétrico pero, al fin y al cabo, fue lo que consiguió para pasar la noche.

Decidió terminar con la postura boca arriba en la que estaba para acomodarse mirando hacia un costado. Abrió la boca y dio un buen bostezo, entonces se percató de lo reseca que estaba su garganta. Tragó saliva. Luego de frotar sus ojos se sintió un poco más despierto y sus sentidos se agudizaron. Sintió frío y se dio cuenta que estaba tiritando.

A pesar del sueño se paró en busca de un abrigo. Divisó su mochila en una esquina y fue tras ella. A penas caminó unos pasos, pateó algo sin querer. Era un ukelele. No se había dado cuenta que estaba ahí el día anterior.

-Que recuerdos… -dijo luego de un suspiro-.

Hace un tiempo él tomaba clases de música. Pertenecía a una familia adinerada, por lo que tomaba también clases de pintura, escritura, todo tipo de artes marciales y lucha, además practicaba diversos deportes. A pesar de esto, lo que más disfrutaba era la música, le quitaba el estrés y le servía para reflexionar cuando estaba a solas. Si bien creía que la música era para compartirla y mostrarla al mundo, él era egoísta. Tocaba la guitarra, el violín, el piano, y podría seguir nombrando más instrumentos, pero solo se escuchaba a sí mismo. Lástima que esos días viviendo con su familia habían terminado. Estaba completamente solo.

Se agachó y levantó el instrumento musical, reflexionó un momento y decidió quedárselo. Fue hacia la mochila y sacó el abrigo, el cual tiró sobre la cama. Logró meter el ukelele a la fuerza, el mango quedó fuera, pero miró como terminó su obra y sonrió para si mismo.

Muerto de frío recogió el abrigo y se lo puso. Guardó sus manos en los bolsillos y se dirigió a la salida. Su estomago empezó a quejarse pero le quitó importancia para dirigir su atención al sol que reposaba en el horizonte mientras él se apoyaba en el marco de la puerta de la entrada a la casa. El día estaba fresco y era una mañana despejada, considerablemente agradable.

Se puso a pensar. Realmente le gustaría que todo volviera a ser como antes, esos tiempos donde no parecía haber problemas y no tenía ningún secreto que ocultar. Lástima que echó todo a perder. Estaba seguro de que conviviría por siempre con la culpa y su secreto bien guardado. Sabía también que si alguien se enterara, a pesar de que fue un accidente, lo perseguirían hasta matarlo.

Lamentarse no servía de nada por el momento. Ahora debía enfocarse en conseguir comida, que le era muy escasa y su estómago seguía insistiendo para que le dé un bocado a algo. Se decidió a entrar cuando de repente escuchó un ruido. Un objeto se estrelló contra el piso.

Asustado, entró corriendo a la casa en busca del intruso. Abrió la puerta de la habitación. Su vista encontró rápidamente el objeto que originó el ruido. La lámpara de la mesa de luz estaba en el suelo. Es entonces cuando algo peludo saltó sobre él.

-¡Maldición Bobby! –Le gritó a su perro-. Mira el lío que hiciste.

Bobby, su fiel amigo, huérfano como él. Lo encontró en una de las tantas caminatas hacia ningún lugar. Los dos abatidos por el hambre, la angustia y la soledad. Se unieron para cuidarse entre sí y hacerse compañía. Desde entonces podría decirse que las cosas mejoraron un poco, relativamente. Lo mejor de todo es que eran inseparables y cualquiera de los dos daría todo por el otro. Era un border collie, negro, excepto por su trompa, cuello, panza, patas y la punta de su cola de color blanco.

-Vení, vamos a comer algo –anunció-.

En la habitación había un espejo y antes de agarrar algo de la poca comida que le quedaba se observó. Hacía ya tiempo que no se miraba y se dio cuenta el aspecto salvaje que tenía. Pelo negro bien oscuro y bastante desprolijo, nunca le había gustado peinarse. Tenía la sombra de una barba que le aumentaba unos años, su edad era de 18 y era bastante alto. Llevaba puesta debajo del abrigo una camisa cuadriculada sucia y vieja acompañada de unos jeans rotos.

Se alejó del espejo y observó como el perro tenía la cabeza dentro de la mochila en busca de un bocado. Sonriendo por la situación lo apartó y agarró unas galletitas para compartirle. En un minuto el paquete había desaparecido, entre los dos se lo devoraron. Pero comida no era lo único que había en esa mochila que era de un tamaño considerablemente grande, poseía todo lo indispensable para sobrevivir solo, ya que el mundo estaba bastante jodido.

A veces se le planteaban en su cabeza algunas incógnitas y se preguntaba a sí mismo por ejemplo: ¿quedarán muchas más personas además de mi?

Lo cierto es que desde el incidente devastador que ocurrió, la tierra había quedado desolada y había que tener mucha suerte para encontrarse con alguien. Hace semanas que caminaba sin encontrar señales de nadie.

Saliendo de sus pensamientos se dio la vuelta y sin previo aviso algo impactó contra su cabeza haciéndole perder la estabilidad y caer de bruces al suelo. Estando ahí trató de incorporarse pero recibió otro fuerte golpe, sintió como el dolor se expandía por su cara y de a poco le nublaba la vista, escuchaba los ladridos de su perro que se iban apagando poco a poco como si estuviera a una considerable distancia. Cada vez se le dificultaba más ver. Finalmente perdió el conocimiento.

No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado, calculó unos minutos, pero de lo que si estaba seguro era de que con los ojos entreabiertos, todavía mareado por el golpe, pudo distinguir al otro lado de la habitación, a quien suponía que era su atacante, en el suelo, rodeado por un grupo de personas tratando de inmovilizarlo hasta que el hombre por fin pareció resignarse.

Alguien del grupo miró hacia donde estaba él y se alejó de sus compañeros para acercársele. Mientras se acortaba la distancia entre los dos vio una larga melena agitándose en cada paso que daba, supuso enseguida que se trataba de una chica. Al llegar, se agachó junto a él, mirándolo con preocupación.

-¿Estás bien? ¿Cómo puedo ayudarte? Soy Lorien, ¿cómo te llamas? –dijo-.

Seguía mareado y no podía pensar con claridad. No pudo captar todas las preguntas. El cuarto comenzó a dar vueltas y antes de desmayarse nuevamente lo único que le pudo responder fue:

-Eric.

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⏰ Última actualización: Mar 20, 2015 ⏰

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