FRIDA
Mi comida no le gusta a Juan. Al igual qué nada de lo que hago, digo o dejo de hacer y arroja el contenedor de plástico al suelo.
No le agrada ningún vegetal, ya lo sé, pero es lo que el doctor le recomendó comer por dos semanas para su padecimiento: Pollo hervido con poca sal y verduras cocidas.
Reclama con groserías el que me haya «atrevido» a presentarme ahí para llevarle la comida. Yo no entiendo nada porque en eso quedamos esta mañana. No sé si no me escuchó bien cuando se lo dije, pero yo si lo oí decir qué sí.
Ahora me sujeta muy fuerte de la barbilla, mientras me aprisiona con su cuerpo contra una pared; sus dedos lastiman mi piel y hasta mis encías. Sin duda, esto dejará marca más tarde.
A punto de llorar y muerta de la vergüenza por el espectáculo que estamos dando, intento escapar, pero me empuja para estrellarme contra el muro una vez más. Nadie lo detiene, ni le dice nada, solo se quedan a ver el chisme y a murmurar; o se ríen, cómo esa falsa rubia estúpida, quién se burla cínica de mí.
Con el pollo y las verduras tirados por el suelo, un compañero suyo casi resbala, pero alcanza a detenerse de la misma pared, quedando en cuclillas. Cuándo se levanta, clava sus enormes ojos cafés en Juan.
Eso, por increíble que parezca, lo hace aflojar la presión sobre mí para ponerse a discutir con
él.No supe qué dijeron, porque fue cuándo pude escapar, aunque me quedo cerca, guardando un secreto deseo que le diera su merecido. Pero el hombre no dijo nada, solo lo miró fijo mientras Juan le buscaba bronca, cómo el bravucón cobarde qué es, pero al poco tiempo lo dejó mudo y hasta parecía asustado.
A primera vista, el tipo no se ve muy intimidante, pero es increíble lo que su sola mirada provocó en Juan, haciéndolo tartamudear y luego callar, cosa que casi nunca sucede. El otro se acomoda su boina color ladrillo y se va, se aleja de ahí sin más.
No es que me sienta una damisela en peligro, pero me habría gustado qué alguien más, además de ese hombre raro, hubiera hecho algo. O dicho al menos. Pero está claro qué nadie se quiere meter en problemas por otra gente en estos tiempos. Menos, con lo patán que se ha vuelto Juan desde hace varios meses. Antes no era así.
Aun así, me preocupo cuando, horas después, me hablan de la televisora para avisarme que Juan está en el hospital. Al parecer, participó en una riña con un compañero.
Adivino que se trata de un tal Eleodoro, pues todo el tiempo se queja de él cuando habla por teléfono con quién sabe quién.
Siempre está presente en nuestra casa y ni siquiera lo conozco. Solo sé qué mi esposo lo aborrece y casi por obligación, tengo qué hacerlo yo también. No es así. Tal vez no esté bien lo que voy a decir, pero salvo la preocupación inicial, debo confesar qué me da gusto que al fin alguien lo haya puesto en su sitio.
El otro tipo le dio bastante duro y como lo sospeché, Eleodoro Sánchez tuvo qué ver con eso. Al principio me da coraje por todo lo que tendré que hacer.
Estoy esperando nuestro primer hijo y no voy a poder atenderlo y para colmo, no hay manera de pagar a alguien que lo haga, pero este idiota no piensa.
El médico dice qué teme que tantas patadas en la espalda, puedan dejarlo paralítico. ¡Lo que faltaba! A ver si la zorra en turno se ofrece para ayudarme por lo menos.
Por habladurías, me entero del supuesto motivo de la pelea, pues tuve qué venir a la oficina de recursos humanos por unos papeles qué me hacen falta para lo de la incapacidad. Y ahí está ese hombre de nuevo. Parece qué siempre lleva esa boina horrenda y sus barbas de tres días. Si no fuera porque al pasar cerca de él descubro qué huele a limpio, juraría qué no se ha bañado en una semana o más. Debería afeitarse, apuesto a que se verá mucho mejor.
—¡Eleodoro! —Grita Gabriel Trujillo agitando el brazo en el aire, con una gran sonrisa en los labios. Se nota que le simpatiza mucho. El aludido apenas si sonríe y se encoge cómo si no quisiera qué el otro se acercara.
Tengo que esperar un rato a que me entreguen los documentos, por lo que puedo escuchar parte de la conversación de forma disimulada.
—¿Qué pasó, Ele? ¿Ya volviste a las andadas? —bromeó, dándole una leve palmada en el hombro.
—No pude aguantarme, es un imbécil —responde.
—Pues sí, pero no andes interfiriendo en broncas de casados. Solo te vas a meter en problemas y nadie te lo va a agradecer.
—No fue para eso, lo hice porque me enfermó cómo presumía que golpea a su mujer ¿Qué clase de bestia hace eso? Es asqueroso.
—Todos andan diciendo que fue por Davina.
—Sí, ella imagina que el mundo gira a su alrededor, pero no.
—Ya sé, Ramón le estaba platicando a Lorenzo lo que de verdad pasó. A ver si no te corren, Ele —expresa Trujillo con verdadera preocupación.
—Habrá valido cada glorioso segundo —suspira—. Además, lo bailado, nadie me lo quita —sonríe, aunque su sonrisa se desvanece cuando se da cuenta de que estoy sentada enfrente de la contadora y lo veo con ojos de pistola.
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ELE (Versión Extendida)
Romance(Ele, versión extendida). Un escritor inicia una relación clandestina con la esposa de su peor enemigo, mientras al mismo tiempo, descubre que siente algo más que una entrañable amistad por su amigo Nicolás. Lee este drama con toques finos de humor...