2. ELEODORO

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ELEODORO

¿Es esa la esposa de Pérez? ¡Ay no! ¡Sí es! ¡Ya valió! ¡¿Qué hago?! No voy a hacer nada... Me voy a ir despacio, sin ningún escándalo y tal vez no me vea Espero que no note que tiemblo. No hagas contacto visual, no hagas...

-¿Es usted Eleodoro Sánchez?

No la vi venir y escuchar su voz tras de mí me hace saltar. Trato de disimular el movimiento de una de mis manos con la otra y volteó dispuesto a enfrentar lo que tenga que decirme. Y ya imagino lo que es.

-Sí, señora, soy yo -respondo haciendo acopio de valor para no salir corriendo.

-¿Entonces fue usted quien golpeó a mi esposo?

Me mira con feroz insistencia y, aunque trato de sostener, no puedo. Veo a un lado, al otro, hacia abajo y ya imagino lo tonto que debo parecer. Mi madre solía golpearme cuándo hacía eso, pero no puedo evitarlo.

-Sí, señora -afirmo, pues nunca pensé en negarlo; además, ella ya lo sabe.

-¿Y lo dice así, cómo si nada? ¡Juan está muy grave en el hospital, puede quedar inválido por su culpa!

-Lo siento -digo sin sentirlo de verdad porque, lo que en realidad lamento, es no haberle dado más duro. Pero supongo qué no es buena idea decir eso. En bastantes problemas estoy ya.

-¡No basta con sentirlo!

-Juan es un pendejo prepotente y eso usted lo sabe mejor que yo. No está bien, no debería seguir con él si le hace daño.

-¡Eso no es de su incumbencia! ¡Encima, no solo tengo qué pasar más tiempo con él por su culpa, sino además, tendré que soportar sus achaques todo el maldito día durante no sé cuántos meses! ¡Y así, con esta panzota!

Si no lo hubiera dicho, nunca habría reparado en el hecho de que está embarazada. Aunque exagera, apenas si se le nota.

-Señora Figueroa... -la llama la contadora-. El licenciado Berenstain dice que pase a su oficina.

Aprovecho esa pequeña distracción para escabullirme lejos de ahí. Estoy hasta el cuello en esta bronca. ¡Todo por ese animal! ¡Pero no me arrepiento de nada! Y si se muere, y tengo que pasar varios años en la cárcel por matarlo, valdrá la pena ¡Me tiene tan harto!

-Ele...

La voz dulzona de Davina me llama. Es cómo una sirena y escucharla me sume en un...

-¡Ele, te estoy hablando! -ahora grita haciendo que me sobresalte. No me gusta que me grite. Qué nadie me grite.

-Dime -respondo.

-¡Ay, ya nada!

-Dime, Davina. Perdón, a veces no puedo evitar distraerme.

-¡Ya se me olvidó!

Continúa caminando, dando fuertes taconazos en el suelo conmigo detrás de ella. Davina se detiene, voltea, aspira el aire con un gesto de repugnancia

-¿Te bañaste? -pregunta, viéndome con desprecio.

-Lo hago todos los días -le aclaro tranquilo, aunque no sin algo de indignación. Mi ropa está ya gastada, sí, y no se ve en óptimas condiciones, pero siempre me he ocupado bien de mi higiene personal.

-Pues no parece -insiste y huele el aire- ¿Duermes con tu gato feo, verdad? ¡Apestas! ¡Ya, vete, si me acuerdo, te digo después!

A ver, no, una cosa es insultarme a mí, pero no me gusta qué nadie se meta con Allan. Ni siquiera ella.

Es hermoso, brilla cómo una pequeña pantera y es el amor más puro que tendré jamás. Además, es el gato más limpio de toda la ciudad y estoy muy seguro de eso porque yo mismo me encargo de que así sea.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora