—¿Lo has comprado para mí? —me tembló la voz. —Para que sigas creando magia. —Axel... —Tenía un nudo en la garganta. —Espero que algún día me dediques algún cuadro. Ya sabes, cuando seas famosa y llenes galerías de arte y ya casi no te acuerdes de ese idiota que no vino a tu cumpleaños. Tenía la mirada borrosa y no podía ver bien su expresión, pero con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho oí la melodía infantil, las notas se arremolinaron en mi cabeza, el sonido del mar que acompañaba los acordes iniciales... Él no podía ni imaginarse las palabras que se me atascaron en la garganta, deseando salir. Esas que casi quemaban. Resbalaban. «Te quiero, Axel.» Pero, cuando abrí la boca, tan solo dije: —Todos vivimos en un submarino amarillo. Axel frunció el ceño. —¿Estás hablando de la canción? Negué con la cabeza, dejándolo confundido. —Gracias por esto. Gracias por todo.