La Ciudad Blanca

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Era de noche cuando llegamos al pueblo, el horario en que permiten ingresar a los nuevos turistas es unas horas pasado el toque de queda del lugar, después de tanto tiempo al fin estábamos allí. La ciudad blanca es como un triángulo de las bermudas, todo el que la visita se queda allí a vivir o se va tan contento que no para de hablarle de ella a los demás.
Cuando entramos en la posada me siento aliviada, el camino a pie es de una distancia considerable, pero lo hicimos felices, para poder aplicar como turista aquí hay una serie de normas que se deben cumplir, no hay automóviles o aparatos electrónicos permitidos, nadie puede cargar a otro individuo (con mucho la regla más extraña) y no se puede correr, así que el carro y los aparatos se quedaron a unos kilómetros de distancia del hostal, a ninguno del grupo le incomodaron las reglas, al menos no esa misma noche.
Salimos a conocer los alrededores antes del amanecer. La arquitectura de la ciudad blanca es muy llamativa y particular, su principal característica es que todo es blanco impoluto lo que refresca un poco el calor sofocante que hace incluso tan temprano, la posada es el único edificio negro y relativamente moderno que hay, las casas más cercanas tienen una planta cuadrada , el techo en v invertida y en la cima de cada una un extraño símbolo que las hace parecer un templo religioso de alguna deidad olvidada.
Cuando te internas un poco más las construcciones cambian a una base circular, estas son de dos pisos, el superior es bastante más grande desafiando las leyes de la física; estas últimas viviendas son compartidas por dos familias y para acceder al “departamento” superior hay una extraña escalera ―si es que puede denominarse así― afianzada verticalmente al suelo, pero en lugar de travesaños normales son una maraña de curvas que difícilmente sirvan de apoyo, aunque no parecen pensar igual los lugareños, que visten completamente de blanco en contraste a nuestra vestimenta negra.
Siempre asocié los lugares hermosos a bellas experiencias hasta que recorrimos La ciudad blanca, este lugar es la antítesis de todo lo que te hace creer que son la belleza geográfica y las personas aparentemente simpáticas.
El mercado central con sus puestos de lona blanca me llamaron la atención desde lejos, pero al acercarme a los toldos el desencanto empezó a surgir. En los estantes de las tiendas habían cosas muy espantosas y desagradables, no había etiquetas en los frascos, pero las sustancias eran gelatinosas y de colores repulsivos, los aperitivos que vendían a los transeúntes hedían a azufre y putrefacción, incluso me pareció ver lo que parecía un recipiente lleno de ojos, cosa rara en un lugar no ganadero que comercialicen ojos animales, pero lo más extraño era la sonrisa de las gentes que te intentaban vender los productos, al ver la sonrisa de la anciana intentando venderme un ungüento para las quemaduras no pude resistirme a comprarlo, la gente es tan simpática que da gusto mirarlas trabajar a pesar del mal olor y los extraños productos.
El bullicio del mercado era tan abrumador y el calor tan bochornoso que dejamos esa zona y seguimos nuestro camino hacia el oeste de la ciudad, el mismo camino que seguimos para llegar pero no pudimos apreciar de noche.
La zona oeste también es una zona comercial más informal, los nativos sacan fuera de las viviendas unas mesitas improvisadas con los productos que ofrecen, me llamaron mucho la atención unos aretes tallados en unos colmillos diminutos, quizás de monos o algún otro animal pequeño, y me extrañó nuevamente que predominaran los productos de origen animal, pregunté el precio al vendedor cuyos ojos brillantes estaban emocionados de atraer otro comprador, la calidez de las personas es una de las mejores cosas de La ciudad blanca; el señor sonriente me ofreció pasar a su vivienda para poder apreciar más y mejores modelos, le respondí que prefería llevar ese que estaba allí porque aún tenía muchas cosas que ver y era mejor no gastar tanto tiempo mirando productos.
Al escuchar mis palabras su sonrisa titubeó una milésima de segundo antes de envolver con entusiasmo mi compra. No sé por qué me mantuvo tan pensativa la vacilación en su afable actitud pero casi me pierdo buena parte del recorrido maquinando eso.
Unas calles más adelante vendían artículos de piel muy lindos, mi curiosidad me llevó a acercarme y preguntar el origen animal de la piel, a lo que el lugareño evitó responder por ser su “secreto profesional”, en cambio me ofreció entrar a su hogar para apreciar accesorios más variados, nuevamente rechacé la oferta y decidí comprar un abrigo bello, la sonrisa del dependiente vaciló fugazmente, igual que antes, y esto logró perturbarme un poco.
Mientras más caminamos más aumentaban mis bolsas de compras con productos de origen animal desconocido, me pregunté si es que el lugar tenía fuertes relaciones con ciudades ganaderas aledañas que les suministraran la materia prima para sus productos.
Todos los vendedores me ofrecían entrar para ver más productos y todos parecían brevemente decepcionados con mis negativas, cuando me pareció demasiado extraño le comenté la extrañeza a Carlos, el líder del grupo de turistas, nuestra zozobra aumentó por Ana, otra turista que sí ingresó a una vivienda para apreciar más productos hace un buen tiempo y no daba señales de salir, seguimos nuestro camino y esperamos que ella se nos uniera más adelante, a fin de cuentas era un pueblo muy tranquilo y en ningún momento sentimos un aura hostil de los pobladores.
La arquitectura empezó a cambiar cuando la noche estaba cerca, faltaba sólo una hora para el toque de queda en el que debíamos estar ya en la posada, pero decidimos alargar un poco más el recorrido considerando que aún podríamos llegar en media hora al hostal. Por aquí ya dejaban de ser casas y eran más locales, en los primeros encontramos gente sonriente haciendo manualidades.
Al caminar unas calles más encontramos un callejón desviado del camino principal, podríamos haber tenido una experiencia de viaje maravillosa si nos decantábamos por el camino principal, pero decidimos que sería grato conocer el desvío y eso hicimos.
Los hombres empujaban carretas cuyo contenido tapaban por completo con bolsas negras, las mujeres llevaban canastos tapados también, me llamó la atención una chiquilla de cuya canasta parecía caer una gota de sangre que manchó su túnica inmaculada, no debí seguirla, pero quería saber de qué animal provenían todas mis compras, la seguimos unos metros hasta que entró en una zona de la ciudad que claramente debía estar prohibida para nosotros.
Mientras seguíamos a la niña un carretero chocó contra mí volcando su carga, no debí mirar lo que reacomodaba en la carreta, una mano humana, grité y cuando mi mirada se cruzó con la del aldeano se disculpó con su típica sonrisa gentil, lo que hizo que se me pusiera la piel de gallina.
El efecto Baader- Meinhof es cuando al conocer algo empiezas a encontrarlo en todas partes y eso fue lo que pasó conmigo, luego de ver la mano humana comencé a darme cuenta de que el pelo de las muñecas que vendían en el mercado parecía muy real, los aretes de dientes del artesano al que le compré parecían humanos, al mirar alrededor descubrí que la carne que molían en la carnicería era humana, incluso vi un puesto donde procesaban órganos y en las vitrinas ordenaban ungüentos como el que me vendió la amable señora.
Luego vino el efecto dominó, todos mis compañeros turistas lo notaron después de mí, uno de ellos corrió unas cuantas cuadras antes de que lo detuviera la policía local, algo nos dijo que no volveríamos a verlo nunca más.
Teníamos 20 minutos para salir del pueblo antes del toque de queda, ¿qué podría pasarnos si no lo cumplíamos?, pero no estábamos dispuestos a regresar a la posada, de todas formas la salida del pueblo estaba mucho más cerca, nuestras pertenencias se las podían quedar si deseaban. Caminamos lo más rápido que podíamos para abandonar el lugar.
Nos quedaba una distancia significativa por recorrer cuando la campana que indicaba cinco minutos para el toque de queda se escuchó. De pronto todas las estúpidas normas de La ciudad blanca empezaron a ser razonables y nuestros pulmones empezaron a arder, no supe cuándo se quedaron atrás los demás turistas, pero a 100 metros de la salida y con apenas un minuto de tiempo sólo Carlos y yo estábamos juntos, más tarde él mismo me contó cómo detuvieron a muchos por correr, otros quedaron tirados en el suelo exhaustos y una pareja fue detenida cuando uno de ellos intentó cargar al otro.
Logramos pasar la entrada del pueblo cuando sonó la última campanada, al volver la vista hacia La hermosa y aterradora ciudad blanca vimos a Ana que corría asustada hacia nosotros, abrió la boca para gritar por ayuda, ningún sonido escapó de sus labios antes de que un machete seccionara la cabeza del cuerpo que permaneció unos segundos de pie antes de desplomarse, intenté gritar, pero no me salió la voz, tampoco noté haber gritado tanto hasta quedar sin habla. El asesino nos sonrió ampliamente antes de gritarnos su deseo de que los visitásemos nuevamente.
Carlos tomó mi mano y al fin nos permitimos correr hasta el auto sin descanso, cuando llegamos caí en cuenta que aún traía todas las compras, arrojé todo al suelo antes de vomitar, nos subimos al auto y conducimos sin parar hasta el poblado más cercano. En el camino vimos autos con la estampita reglamentaria de turistas que van hacia La ciudad blanca, apretamos reiteradamente la bocina y ellos nos saludaron sonrientes pensando que nuestra alerta significaba buenos deseos.
Por supuesto que nadie creyó nuestra historia nunca, La ciudad blanca es muy conocida por su hospitalidad y tiene registro de la procedencia de todas sus materias primas y artículos, ahora Carlos y yo estamos en este hospital psiquiátrico diagnosticados con distintas enfermedades mentales, al menos no estamos en La ciudad blanca.
Si por alguna razón lees esta misiva no vayas a ese lugar, por lo que más valores, por tu vida, nunca vayas allí.

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⏰ Última actualización: Aug 03, 2021 ⏰

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