16. Un demonio bufón

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El terrorista, cuyo rostro adulto reflejaba intenso enojo y susto, estaba sentado en el suelo apoyando su espalda en la pared; se agarraba su dislocado hombro derecho. Luego observó la cara del policía, a pesar que tenía cabello blanco, se notaba muy joven para tener muchas canas.

—Co... ¿cómo diablos me encontraste? Y ese rastreador, ¡es de mi jefe!

—¡Era! —bufó el oficial—. Me lo dio como adelanto si le encontraba el cristal. Y quién lo diría, encontré al menos a un sobreviviente. Qué triste en verdad.

Hacía brincar el aparato como si fuera un juguete. Pero el terrorista le explicó:

—Es también un comunicador para llamar a más camaradas, pero lo que quiero saber ahora es tu nombre, no recuerdo si formabas parte de la hermandad.

—¿Ah? Espera, yo no soy de tu grupito de perdedores, fui el contacto de tu jefe en el día del atentado al museo, ¿no me recuerdas? —fingía estar adolorido.

—¡Claro que no! —exclamó el terrorista, con semblante de dolor al moverse un poco de donde estaba sentado—. Mi jefe era el único que te conocía, decía que el contacto tenía una máscara del demonio...

—¡Ah cierto! Como olvidarlo —lo interrumpió, mientras le tiraba el rastreador.

El terrorista atrapó la máquina con su mano izquierda, después observó al tipo sacando algo de su chaqueta, era una máscara, pero lo siguiente que perturbó al lesionado hombre, es que cuando lo veía cubrirse el rostro, el saco policiaco se tornaba de un verde oscuro a uno negro que humeaba a su alrededor.

—U-un, psi-psicoquinético —sobresaltó, sin dejar de ver la máscara de Supay.

—Si tengo ropa con derivados del petróleo como el poliéster o el nailon; puedo modificar toda macromolécula textil a mi antojo.

Cuando el terrorista escuchó que puede controlar esos polímeros, no dudó que el enmascarado podía dominar dos o más de las cuatro fuerzas elementales de la psicoquinesia; en su interior se decía que podría ser alguien más peligroso a comparación con los universitarios quienes lo perseguían y lo peor, su pistola, la única arma que tenía guardada, no le ayudaba a sentirse seguro.

—P-p-para, ¿para qué m-me buscabas? —tartamudeó el estremecido terrorista.

El enmascarado se cubrió la cabeza con una capucha de su saco modificado, al ver que el terrorista estaba asustado, ladeó su cabeza, se ríe y le contesta.

—Quiero que llames a más de tus amigos —su voz había cambiado a una más gutural—, ¿no quieres una revancha con el tipo que masacró a tu escuadrón?

El terrorista no podía creer en esa pregunta, ¿por qué un psicoquinético le está ayudando para vengarse hacia otro de su misma especie? Sabía que había esas peleas entre ellos, pero no uno que colaborara con la iglesia o la Hermandad. Y lo que más le confundía era, la máscara roja y la voz del encapuchado.

—Antes de responder, ¿por qué cambiaste tu voz y ocultas tu rostro si ya la vi?

—¿No me veo genial? —solo hubo silencio incómodo—. Bien, fuera de bromas, el motivo es que mientras caminemos estaremos bajo cámaras de vigilancia, yo tengo un micrófono dentro de la máscara para que mi voz no se escuche por la vía receptora. Me entendiste, ¿no? Por cierto... ¿de verdad no me veo genial?

El terrorista ignoró lo último y se levantaba con dificultad, el enmascarado solo botó un leve suspiro para después ubicarse frente a él y acomodarle sin previo aviso su hombro dislocado. El fugitivo iba a gritar, pero se detuvo, el dolor se había ido de inmediato; iba a decirle algunas palabras, aunque el encapuchado se había dado la vuelta y estaba marchándose del angosto lugar.

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