Duelo por ti

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A Dios, al rey y a mi dama.

... y por insistencia y sin entender las razones de aquel hombre, cuyo rostro era cubierto por aquel casco de armadura, el rey Bartra de Lionés predicó ante el pueblo, que susurrando entre ellos, una pregunta rondaba en esos momentos tan bulliciosos.

—¿Por qué no aceptar el dinero que os ofrezco, sir Meliodas? ¿Qué es lo que necesitas?, ponle precio a sus habilidades, muchacho. — Insistió.

Aquel joven gallardo que solo se negaba una suma de dinero innecesario solo para probar que, comparado con su tamaño, su agilidad y fuerzas natas de guerrero solo lo usaban como fuente de entretenimiento.

Sin embargo, él no pedía algo denominado por valor en oro, su precio era en plata; por más que necesitara de un beneficio como simple plebeyo, el amor que sentía por aquella dama que acompañaba al derecho de su majestad, no tenía precio concreto.

—Debo decir que mi precio es más que alto. No es dinero lo que pido, Majestad. — Entre el bullicio de los pueblerinos solo murmuraban, ¿qué tan codicioso era aquel que se hacía llamar el capitán?

El rey se vio fascinado en cuestión, realmente deseaba probar y ver en persona lo que se rumoraban de sus reinos enemigos. Ágil, gallardo, fiel a su nación y frialdad durante la guerra; espécimen distinto y destacable entre tantos.

—Habla.

Por otro lado, aquella doncella de vestido entre lazos azules esperó en contraste de sus ojos zarcos, su puño en su corazón y, a pesar de no ver ese rostro, aseguraba que él le sonreía por debajo de ese yelmo de metal.

Una sonrisa de media luna a la vez que el suspiro escapaba entre las piezas de metal que cubrían su rostro. Fue más directo de lo que el hombre canoso esperó.

—El primer beso de su tercera hija, Elizabeth Lionés. — Jadeos inesperados, murmullos alentadores, un sonrojo de un escandaloso corazón frenético y un ceño fruncido de aquel senil en ese pequeño balcón. Sus compañeros temblaron por sus palabras y la mirada de su gobernante.

—Capitán, reconsideralo. — Comenzó el hombre de cabellos cobrizos. —Recuerde su lugar y lo que pide es abuso de confianza. — Aquel caballero ignoró a su compatriota, si sus habilidades eran codiciosas, él pedía algo que hiciera competencia. Demostrar su valor como para ser merecedor de un pequeño ósculo de aquella princesa.

—¡Objeción!... — Impuso el rey con una mirada opaca a su plebeyo. ¡Atrevido insolente! pedía algo prohibido sabiendo que su hija ya se encontraba comprometida. —... Lo que pides es inconcebible, no permitiré...

—Acepto. — Interrumpió la dulce voz de la joven princesa, dejando a su progenitor boquiabierto con estupor.

—E- ¡Elizabeth!, ¿de verdad piensas en...?

—No hay que pensarlo, padre. Lo he decidido. — Dicho esto, la joven dama dio un paso al frente dando la cara a su pueblo ansioso por su excusa, aun en contra de la oposición de su padre. La dulce mujer aclaró un poco la garganta antes de expresarse frente a su pueblo expectante y con afán de convertir esto en un panorama que disfrace su ansias por dar ese gesto al plebeyo armado. —Además de ganar las monedas de oro y su prez; yo, Elizabeth, otorgare mi primer beso al competidor ganador. — tanto interesados por la oferta como el pueblo se vio eufórico por el entretenimiento, sin saber de la mirada cómplice de la dama y la motivación de aquel caballero.

Bartra admiró con decoro a su pueblo antes de dirigir la mirada a su soldado maestro, asintiendo en silencio a su orden. Este no esperó para pedir un tiempo de silencio antes de hablar.

Por un beso || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora