3. NICOLÁS

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NICOLAS

Y hablando de rutinas mortalmente aburridas, mi vida entera. Sobre todo desde hace algunos años a la fecha.

No sé si abrir una librería aquí, fue buena idea. La gente de este lugar no lee ni los letreros del camino que podrían salvar sus vidas.

La ciudad es fea, el clima horrible y el nivel de desconsideración general, alarmante. He visto personas intentando limpiar sus aceras y calles, pero lo que unos ordenan, el resto lo ensucia. Así no se puede.

Tengo solo un cajón, y los que lo usan, jamás entran aquí, cómo este que se acaba de detener y qué, puedo jurar, no es para comprar libros. Estoy aburrido, tal vez un poco de drama no me venga mal. Saldré a amedrentarlo.

¡Oh, Dios mío, es...!

¿Qué le sucede? ¿Está ebrio? ¿Drogado? ¿Enfermo? Espero que no, no me agradan los vicios. Ni en mí, ni en otros.

—¿Se encuentra bien? —me acerco a la ventanilla y pregunto, pero parece que no me escucha. Insistiré—. Caballero, ya estamos por cerrar...

Sí, está borracho. Qué degradante, quiso bajar con el cinturón todavía puesto. Tuve que contener una carcajada porque no sé si esté armado. Yo sí, jamás salgo sin mi Colt.

En realidad, nunca he tenido la necesidad de utilizarla, pero supe que han secuestrado a varios empresarios locales y no quiero arriesgarme.

Ja, ja, ja, no puedo con esto, mejor se quedó sentado y bajó la ventanilla. ¡Hasta las manitas! ¿Cómo se atreven a salir así a la calle? Acaba de balbucear no sé qué

Ah, no viene a comprarme nada, se quedó sin gasolina.

—Dos cuadras hacia allá hay una —le indico amable.

—Lo sé, gracias —me responde sin dejar de hurgar como desesperado. Me recuerda a esos niños que buscan la tarea sabiendo que no la hicieron. Patético. No obstante, me da la oportunidad perfecta de hacer mi buena obra del día.

Regreso a la bendita comodidad del aire acondicionado, todavía encendido, y lo observo un poco más. Saco un billete de cien de mi cartera, esperando que sea suficiente para que llegue a donde sea que se dirija.

Tal vez lo juzgué mal. Ha de ser muy feo quedarse sin dinero y gasolina al mismo tiempo. A mí nunca me pasará, pero debe ser feo.

Salgo y le extiendo el billete por la ventanilla. Espero que no sea de los que se ofenden. La gente que se hace del rogar me parece molesta.

En el fondo, me alegra ser quien lo ampare en su momento de necesidad. Entiendo su pena, pero si deja el coche aquí, se lo va a llevar la grúa. O se lo van a robar.

Acaba de quitarse esa horrenda boina naranja y se ha revelado ante mí, un ser tan distinto debajo. Su cabello es hermoso y ese corte le favorece muchísimo. Debió hacerlo antes.

Baja de ahí y al menos un metro, con ochenta centímetros de pura y elegante esbeltez, se manifiesta ante mí con absoluto salvajismo.

Despacio, pasa su mano por su abundante cabellera castaña cobriza y abre la cajuela para sacar un galón. Suda y las gotas caen de su frente cómo una hermosa lluvia sobre el dorso de su blanca mano.

¿Aceptará mi préstamo entonces? Sería el mejor pretexto para volvernos a ver tan de cerca. O la peor forma de perder esos cien pesos. Me gustaría verlo otra vez tan de cerca.

¡Muchas veces!

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora