Capítulo 4

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UN NUEVO COMIENZO
|Leonardo Pereira|

Cada mañana procuraba levantarme con el mejor ánimo posible e intentaba ignorar todo lo que me resultaba molesto e irritante de cierta manera. Decidí tomar  una ducha fría después de tener una deliciosa mañana cargada de sexo con Amelia. Lo único bueno de nuestras discusiones era la reconciliación.

La tarde de ayer entró furiosa a mi oficina solo por el simple hecho de haber despedido a su nuevo intento de secretaria. Al final accedí a su condición la cuál era aceptar a esa niñata bajo mi cargo. Básicamente terminé amenazado y acusado de ciertas cosas que obviamente si hice, pero que no admití.

Revisé su currículum y parecía ser alguien bastante competente. Diría que ella merecía un puesto en base a su formación académica, pero si escogió dicho trabajo, no había nada que yo pudiese hacer al respecto. También decidí olvidar el incidente del café, pues mi forma de dirigirme a ella seguramente la asustó y puede que por tal motivo ella cometió semejante estupidez.

Llegamos a la empresa a eso de las diez de la mañana y después de un apasionado beso en el elevador, cada uno se dirigió a su respectiva oficina. Si Amelia fuese así de comprensiva todo el tiempo, podría considerar no ponerle el cuerno tan seguido.

— A mi oficina — comenté cuándo pasé por su mesa — Tres segundos.

Tomé asiento frente a mi escritorio y me crucé de brazos y piernas al hacerlo. La miré entrar con cierta inseguridad.

— Repíteme tu nombre. — dije tensando la mandíbula. Había algo en ella que me inquietaba de una manera desconcertante.

— Mi nombre es Sara — murmuró nerviosa. — Mucho gusto señor Pereira.

— ¿Sara a secas? — cuestioné irritado.

— ¿Eh? — me miró desconcertada.

— Sara, ¿qué?

— Ah, Stone. — respondió — Señorita, Sara Stone.

— Si, ya lo creo. " Señorita"

No pude evitar mirarla nuevamente de pies a cabeza y me fue más que imposible no cuestionar su extraño aspecto. No estaba mal, pero joder, tampoco estaba bien.

— Señorita, Sara Stone — comencé a decir. Me incliné hacia delante entrelazando los dedos sobre mi escritorio — Debo dejar tres puntos en claro para que nuestra relación laboral funcione correctamente.

— Soy toda oídos — respondió enérgica. Ya no había desconfianza en su mirada.

— Primero: La puntualidad es indispensable. No permito retrasos. Al primero se me va. ¿Quedo claro?

— Entendido, señor.

— Segundo: Debe ser eficiente. Hacer todo lo que yo le pida sin excepción alguna. Si algo me pone de muy mal humor son las excusas tontas.

Parecía entender todo lo que decía y a su vez lucía entre molesta, miedosa y divertida.

— Tercero: Quiero las cosas con rapidez. Si digo cinco minutos, es en cinco minutos. Detesto esperar. ¿Entiende a lo qué me refiero?

— Si, señor.

— Pregúntale a María, la señora de la cafetería, como suelo tomar mi café.

— ¿Le traigo uno? — preguntó dispuesta.

— Cinco minutos.

— ¡Entendido!

Salió corriendo de mi oficina derrapando en el intento por ser veloz. Algo que me causó gracia, o en parte si no fuera porque tiró las cosas de mi estante al azotar la puerta.

Debía reprenderla por eso.

— ¡Su café! — alardeó con suma energía al entrar a mi oficina con mi pedido en mano — Y tan solo tardé cuatro minutos con dieciséis segundos.

— Bien.

Me levanté de mi asiento y con la mirada le indiqué que lo pusiera sobre el escritorio.

— No iba a tirarlo de nuevo. — murmuró.

— No pienso arriesgarme con usted, Señorita Stone — tomé asiento una vez que ella se alejó — Otra cosa.

— Dígame, señor.

— Cuando salga procure no azotar la puerta de mi oficina, y como extra — le señalé los objetos tirados. — Recoja eso.

— Ah, si señor.

Se apresuró a acatar mi orden y acomodó los objetos en su respectivo lugar.

— ¿Es usted? — preguntó viendo una foto mía de cuando tenía dieciocho años.

— No le pedí que husmeara, le pedí que los recogiera y si ya acabo, le pido se marche de una vez.

— Perdón... — puso la foto en su lugar, pero no sin antes tirar todo lo que estaba a su paso. — No quise, yo...

Comenzó a hacer semejante tiradero por todos lados que no me quedo más que intervenir.

— Tiene hasta tres para salir de mi oficina — me levanté y me acerqué yo mismo para acomodar lo que evidentemente ella no pudo hacer.

— No volverá a pasar.

— Tres.

— ¡Hasta luego!

Salió  a toda prisa azotando nuevamente la puerta tras su paso, ocasionando así,  que todo volviera a caer.

— Ella definitivamente es un total desastre.

[...]

 

A la mañana siguiente acudí a cuatro juntas con distintos proveedores y con todos pude hacer negocios a excepción de uno. Ofrecía el producto excesivamente caro y en muy mal estado.

— Señorita Stone, venga para acá.

No paso ni un minuto cuando la vi atravesar  la puerta.

— ¿Me mando llamar, señor Pereira?

— Mañana por la tarde nos iremos de viaje — le comenté — Avise en su casa que no volverá en dos días.

— ¿Bromea? Mis padres no me dejarán pasar dos días fuera de casa....

Guardó silencio al darse cuenta de la sarta de tonterías que estaba diciendo en mi presencia.

— ¿Perdón? — cuestioné frunciendo el ceño.— ¿Acaso escuché bien? ¿Acaso usted esta respondiéndome?

— Lo que quise decir....

Me acerqué a ella lo suficiente como para poder intimidarla como solía hacer con la mayoría de mis empleados. Y a causa de que ella resultaba ser muy bajita, tuve que agacharme más de la cuenta. En su mayoría únicamente solía lidiar  con hombres.

— Si a usted yo le pido ausentarse de su casa un mes entero... ¿Lo hará?

— Si, señor. — respondió dubitativa.

— Bien — respondí amargamente — Vaya a su casa, aliste sus cosas porque mañana nos vamos temprano.

— Si, señor.

— "Si, señor." "Si señor." — la imité. — Parece usted un raya discos.

Hizo el amán por salir a toda prisa como me demostró que solía hacer, pero no tardé en detenerla en el acto. Me acerqué a la puerta, la abrí para ella y la hice salir cerrándola yo mismo con suma delicadeza.

No pensaba perder ni un objeto más.





LA CHICA DESASTRE ©° Donde viven las historias. Descúbrelo ahora