¡Libertad!

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Lo había conseguido. Tenía su tan anhelada libertad. Pero ¿a qué precio? Sentía su vida extinguirse conforme la sangre salía de la herida abierta en su pecho. Pronto acabaría  su sufrimiento. Al menos había tenido algunas razones para ser feliz. Si tan solo pudiera verlo una vez más… pero ya era muy tarde.

De pronto una mujer apareció un su campo de visión. ¿Qué hacía ella allí? 

–¿Qué es… lo que quieres –preguntó  con voz ronca, haciendo acopio de sus pocas fuerzas.

–Deja de hacerte la fuerte, querida

–contestó  la sacerdotisa pronunciando burlonamente la última palabra.

–Ya no… estoy… emparentada…con Naraku…No tiene caso,…que me mates…, igual…, moriré pronto. –hablaba con dificultad, pero Kikyo le entendió. 

–¿Crees que he venido en tu búsqueda sólo para darte el golpe de gracia? Niña, ¡tu vida se extingue! No tendría sentido acortar tu sufrimiento –comenzó a acercarse a ella. No podía moverse, no tenía oportunidad de escapar, pero…daba igual porque de todas formas iba a morir, pero… ¡sólo un poco más! Si tuviera más tiempo de libertad… Su único deseo era ese.

–¡Aléjate!– le rogó en un grito.

–¡Tranquilízate! ¡Eres una vergüenza como demonio! –continuó avanzando sin alterarse en lo más mínimo por los gritos de la otra mujer– Me sorprende que pienses tan poco; esperaba más de ti. Ya lo dijiste tú: ya no tienes nada que ver  con Naraku, y mi pelea es con él, por consiguiente, tú y yo ya no somos enemigas.

Naraku ya ha hecho bastante daño –prosiguió–, demasiadas personas han sido sacrificadas por su codicia. Yo ya estoy muerta, sin embargo, he vuelto; es culpa suya que mi vida haya sido truncada. Así que, he decidido salvar tantas vidas como se me sea posible, mientras pueda. Y parece que serás una de ellas…– al decir esto finalmente logró llegar hasta ella.

–Tu… ¿quieres…ayudarme?, ¿podrías…salvarme?– preguntó Kagura, totalmente incrédula.

–No lo sé. Necesito revisarte antes de dar un diagnostico– contestó Kikyo inexpresivamente para después ordenarle– Híncate.

  Kagura le obedeció en silencio. Con dificultad logró quedar de rodillas en el pasto. No podía creer que su antigua enemiga fuera a ayudarla. Si tan solo aguantara un poco más, solo un poco más…

  Kikyo observó la herida de la hanyou. Era grave, muy profunda y había ocasionado una gran pérdida de sangre. Estaba fuera de las posibilidades de cualquier médico, hechicero o sacerdotisa… que estuviera vivo. Pero ella estaba muerta, podía salvarla, arrancar una víctima más de Naraku, de sus garras. De entre sus ropas sacó una botella con agua que había recogido en un río cercano, colocó sus manos sobre la herida y pronunciando un conjuro antiguo que Kagura no pudo entender consiguió que dejara de sangrar. Lavó la herida, pero eso era sólo la mitad del trabajo. De haberla dejado así habría sido solo cuestión de tiempo que volviera a abrirse o que se infectara, arrastrando a la joven a la muerte de igual manera. No quería ponerla nerviosa, así que decidió iniciar una conversación.

–Tú lo amas, ¿no es cierto?– pregunto de manera indiferente, consiguiendo que su interlocutora la mirara de forma interrogante– Al hermano de Inuyasha… ¿cuál es su nombre? ¿Sesshoumaru?

Una nueva oportunidad para ser libreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora